539 Acariciando el alma
A la Santa Madre Teresa de Calcuta le
gustaba decir refiriéndose al trato con los demás allí en Calcuta: “Tal vez no
hablo su idioma, pero al menos les puedo sonreír”.
Recuerdo una anécdota de la Madre Teresa
que me conmovió, en una ocasión, -cuenta ella- se encontró con una mujer muy
enferma, moribunda. Madre Teresa, al verla en ese estado, sabía que no podía ya
hacer nada por ella; y la cogió en sus brazos con ternura y le decía al oído,
delicadamente: “Te quiero” “Te quiero” y aquella mujer sonreía e insistía, apenas
sin fuerzas, dígamelo usted otra vez, y la Madre Teresa repetía: “Te quiero”
“Te quiero” y en un breve tiempo, mirando a la Madre Teresa, murió.
Murió acompañada de aquel fuerte abrazo de
la Madre Teresa y de ese “Te quiero” continuado y lleno de cariño. Quizás a
aquella mujer hacia muchos, muchos años que nadie le había dicho te quiero. La
Santa le hizo ese último y gran regalo y la mujer le regaló el amable destello
de su fugaz sonrisa. Y dice la Santa: murió, pero dentro de su extrema
situación lo hizo dulcemente, en paz y con un ligero atisbo de felicidad.
La dulzura, las caricias, el trato amable,
el cariño con la gente, la delicadeza con los demás, la simpatía, el afecto, la
ternura, los gestos suaves. Toda esta armonía placentera ha de formar parte de
nuestro trato habitual con los demás. Habrá mucha gente a lo largo de nuestras
vidas que tratemos muy poco; pero siempre se podrán llevar, como un regalo
nuestro: una dulce sonrisa, una palabra amable, un detalle de cariño; o por el
contrario se podrá llevar un reproche o un exabrupto o una palabra de desprecio
o la frialdad de nuestra indiferencia.
El papa Francisco, qué vive utilizando
como valioso instrumento con los demás la
amabilidad y la delicadeza, nos dice insistentemente que tenemos que llevar a
cabo la revolución de la ternura. Una revolución de la que tan necesitada esta
nuestra sociedad.
Hoy por desgracia hacemos que la convivencia sea
difícil, desagradable, ineficaz y, en muchas ocasiones, violenta. Y esto sucede:
en la familia, entre los vecinos, en el lugar de trabajo, en las reuniones de
diversión. En muchas ocasiones acaba apareciendo: la complicación, el
desacuerdo, la palabra malsonante, el insulto, las voces que rompen el diálogo
y la cordura.
San Josemaría decía que, en algunas ocasiones, la
caridad más que en dar estaba en comprender. Comprender algunas veces es muy
difícil, otras veces lamentablemente casi imposible.
Y los obstáculos son principalmente: el egoísmo, el
orgullo, la soberbia … Y al no querer comprender, el dialogo se enturbia, la
convivencia se obstaculiza y las relaciones se rompen.
Y se distancian los hermanos, y se distancian los
compañeros de trabajo, y se distancian las familias, y se distancian los más
allegados; y se pierde el cariño, y se pierde la delicadeza en el trato, y se
pierde el diálogo y el respeto. Y se llega: a actitudes groseras, a actitudes
agresivas y a actitudes violentas, y aquí hago referencia a pequeñas
sociedades; si esto pasa en sociedades de multitudes se llega: a la falta de
entendimiento, al caos social, a la desunión, a la guerra y a la muerte.
Cuando se enfrían las relaciones entre las personas,
cuando se enturbia el ambiente aparece la discordia y se diluye la paz. Y
aparece el odio. Y vienen los enfrentamientos, las disputadas y la violencia
callejera.
Por eso es imprescindible hacer caso del consejo de los
Santos y de los humildes; hacer caso de aquellas personas que han sabido vivir
con cariño la fraternidad, la concordia y el amor.
Hagamos caso al inigualable mensaje de la Madre Teresa
de Calcuta que el día cuatro de septiembre fue canonizada por el papa
Francisco. La Madre Teresa vivía con extrema plenitud el lenguaje del amor, y
por eso incluso en las circunstancias más desfavorables encontraba ocasiones
para entregarse a los demás. Francisco y Teresa son “héroes” en un mundo
corrupto, usurero, materialista, lujurioso, desleal, egoísta y consumista. Un
mundo que tan alejado esta de la dignidad, de la grandeza y del verdadero
misterio y significado del ser humano.
¡Pero ese mundo! ¡Ese mundo podrido y envenenado! ¡Ese
mundo tuyo y mío! hemos de cambiarlo,
para que -en él- efectivamente se pueda vivir: la revolución de la ternura, el
lenguaje del amor y la cultura de la generosidad.
Publicada en DIARIO DE ÁVILA
Digital 15 de septiembre de 2016
Publicada en “Cartas al
Director, Tu voz en la red” Digital
17 septiembre de 2016.