90   Lo invisible vale la pena


El amor existe pero no se ve; la ilusión engrandece y ensancha el alma pero tampoco se ve; la esperanza nos brinda horizontes  insospechados, pero ella, aunque espléndida de  verde se vista -imitando el resurgir mágico de la primavera- tampoco se ve, pero,  sin  ella, que difícil resulta recorrer el -tantas veces- arduo camino de la vida; la ternura nos sobrecoge, nos cautiva, llena nuestra vida de algo entrañable, pero tampoco se  percibe por los sentidos; y tantas cosas como: nos apasionan, nos impulsan, nos fortalecen, nos llenan de un aliento que da a nuestra vida un toque de exquisita distinción, ¡Pero, nada de esto se ve! Aunque es evidente que no se ve, igual de evidente es que todo eso existe; existe con tal fuerza que somos en la medida que ellas son. Sin estas invisibles vivencias el ser humano sería todo menos ser humano. Sería un monstruo alejado de la dignidad que le caracteriza, sería una bestia inmunda, un ser despreciable y abominable. Cada uno de nosotros sin estos aditamentos invisibles nos repudiaríamos a nosotros mismos.

La belleza más sublime, más sobrecogedora, no la perciben los sentidos, sino que la percibe el alma, la percibe el espíritu; lo invisible de  la belleza o dicho de otra manera la belleza invisible pertenece a un estadío superior al de la belleza sensitiva. Lo que nos llega a través de los sentidos acaba al fin llevando el peso de la caducidad, lo que nace del alma: La felicidad, el amor, el gozo, la paz, la ilusión, la pasión y el cariño, son dones que como hemos dicho no se ven pero se persiguen, se  sienten, se anhelan, se buscan, se desean, se necesitan, con tal vigor que lejos de ellos el ser humano quedaría  reducido a un ser que dejaría de ser lo que es, al quitar de él lo que aunque no se ve forma parte de ese espíritu que siendo como lo es  inmaterial impulsa y mueve.
Es  cierto que sin el cuerpo, el ser humano, como tal, no se movería, no existiría, pero también es evidente que alejado de esta mencionada fuerza invisible el movimiento y  la existencia serían, sólo, la triste caricatura de una vida en plenitud. Un murciélago, un reptil, un escorpión, un insecto, se mueve, existe, vive, pero carece  de ese aliento que da a la vida del ser humano su grandeza, su supremacía y su peculiar soberanía. De  igual manera que lo más sublime, lo más excelso, es invisible y su existencia en el ámbito de su no-percepción sensible  es lo que le da la grandeza. Dios puesto que es inmensamente grande y sublime se desdibuja y desaparece de la percepción de los sentidos para existir en su plenitud y ser descubierto, con todo su esplendor, a través de los ojos del alma, el espíritu descubre la magnitud grandiosa de su Dios, de su Señor; allí, en los entresijos del alma, las excelencias de Dios aparecen con toda su majestad y también con toda su paternal ternura. Siendo Dios como es la "sal" primordial de nuestro mundo, Él: Dios como ella: la sal, cuando se saborean no se ven. ¡Prueba! ¡Saborea! ¡Descubre!...
Vive intensamente la invisible experiencia de la fe, alimenta la también, invisible fascinación de la esperanza y conduce el timón de tu vida, con el insólito ingrediente del amor: un amor invisiblemente eficaz, que siempre, siempre nos satisface positivamente y nos embriaga. 


Publicado en Diario JAÉN    20 -  11 - 1998