159 Las raíces de un Papa.
De
nuevo Juan Pablo II nos
sorprende. Aunque estamos
acostumbrados a su espíritu aventurero
y a las
peculiaridades de su actuar;
él, en su audacia
llega más lejos.
Este viaje a Israel y
la profunda vivencia que en él ha desarrollado, es una
muestra más de un vital
y trascendente sentido de la
vida, de este
hombre que vive inmerso en
Dios.
El
talante de su vida me recuerda el
mensaje del beato Josemaría;
él, en el punto
11 de Camino,
escribe: “Voluntad.- Energía.- Ejemplo.- lo que hay que
hacer, se
hace... Sin
vacilar... Sin miramientos...
Sin esto, ni Cisneros
hubiera sido Cisneros; ni
Teresa de Ahumada, Santa Teresa; ni
Íñigo de Loyola, San Ignacio...
¡Dios
y audacia!
: Regnare Christum Volumus!
Especialmente,
me maravilla la voluntad, la
energía, el ejemplo de este
hombre, que ha hecho
de su inmersión en
Dios un soporte
grandioso para su vida.
Juan Pablo II, por
donde va:
arrastra su cuerpo débil y
achacoso, pero
deja volar su espíritu.
Si nos fijamos
sólo en como
arrastra sus pies nos quedamos
en la superficie, sin descubrir
la faceta brillante
de un hombre excepcional, preparado
para mirar a las estrellas y descubrir en ellas la inmensidad
inconmensurable de un Dios especialmente
cercano.
El Papa Juan Pablo II colocando la nota con su mensaje entre las piedras del Muro Occidental, 26 de marzo 2000 |
Esta
visita, apasionante
para un Papa, tiene para
nosotros toda la fuerza de
un hecho impactante: Jesús,
María y el
Papa, son los
tres amores predilectos para cualquier cristiano. Y allí en esa
tierra se aúnan
los recuerdos alrededor de estos
tres personajes.
Juan
Pablo: por
favor siga
viajando y fascinándonos. Los cristianos estamos orgullosos de tu fe, de
tu pasión amorosa, de tu
vida.
Juan
Pablo II:
Los cristianos te queremos; y
especialmente admiramos: la apasionante
fascinación de tu vida,
el ejemplo de tu recia
virilidad, tu capacidad de
descubrir matices insospechados, la fuerza de tu
perdón y tu deseo
ilimitado de perdonar. Admiramos la flor de tu
virtud y el
fruto de tu
santidad. Tú
eres, auténticamente, un Santo Padre
o mejor un
Padre Santo.