515 Cae la noche en Siria
Es
de noche. Una noche espantosamente cerrada.
La
oscuridad es codiciosamente absoluta y trasmite temor.
El
silencio sólo se rompe por la fugacidad de los bombarderos.
El
tiempo pasa con lentitud, y aun él parece aliarse con el enemigo.
Desde
el búnker improvisado que hemos construido, en el sótano de nuestra vivienda,
vivimos la terrible realidad de este caos inhumano.
Aquí
en este lugar inhóspito, aunque algo seguro, está mi familia y unas 50 personas
más; unos y otros en este escaso espacio, abrasados nos damos calor y nos
quitamos algo de ese miedo atroz que nos invade.
Los
niños lloran y su desolación nos rompe el alma.
Cuando
caen las bombas los corazones de todos se aceleran y el pánico invade el lugar.
En
el lugar, de estar cerrado herméticamente, el olor se hace nauseabundo y ello origina una penuria
insoportable.
La
situación se hace insostenible, ya después de tres horas no sé puede más, y la
gente se impacienta expresando con alaridos su inmenso desasosiego.
Luego
otra bomba cae, está vez más cerca de nosotros y la tremenda consternación origina el desfallecimiento de alguno de los
presentes. Uno, un señor mayor muere en los brazos de sus jóvenes hijos;
aparecen las lágrimas, el dolor se intensifica y la cruda vivencia se hace
espantosa.
La
falta de luz crea un amargo y desdichado clima.
Nadie
habla, todos rezan buscando un apoyo del cielo.
Y
las bombas siguen cayendo con una periodicidad escalofriante.
El
repullo del miedo se deja oír y el zumbido de las bombas estremece nuestras
almas.
Por
fin suena la alarma, esa bendita alarma que nos indica el fin de los
bombardeos. La alegría y la paz se entremezclan con el pasado angustioso de
aquellas horribles horas.
Se
abre la puerta y la amalgama de personas se acumula junto a ella. Cada uno,
como puede, se va liberando del severo y descomunal pánico.
Al
salir la poca luz de las farolas desdramatizan algo nuestra terrible y fatídica experiencia nocturna.
Al
poco tiempo, de nuevo, es de día y la luz se deja ver, parece al menos que el
tren de la muerte ya ha pasado, ha llegado parcialmente el tiempo del sosiego y
de la calma.
Pero
miramos a nuestro alrededor y observamos la desolación más absoluta.
Ante
nuestros ojos cientos de casas destruidas.
Las
calles abarrotadas de escombros.
A
cada paso muertos y más muertos.
Jóvenes
y viejos en el suelo inertes dibujan el lamentable espectáculo.
Es
la semblanza de un porque sin respuesta.
Es
el hoy y el ahora de una guerra fratricida y sin sentido.
Es
Siria y su triste y desangelado horizonte desolador.
¡Es
la muerte!
Es
la triste victoria de la muerte sobre la vida.
Es
la realidad de esta patética existencia.
Por
otro lado: El mundo entero, desde su acomodada situación, contempla la escena.
Todos
miran y con la agudeza del frío egoísmo pasan de largo.
Sienten
el dolor pero siguen.
La
gente corre deprisa, no se para ante lo que acontece.
Es
la dureza tremendamente cruel de la indiferencia generalizada.
¿Y
yo? yo despierto de este sopor inmundo, pero sigo igual.
¿Y
aquel otro?: Aquel no dice nada.
Y
el mundo sigue con su monótono ritual de: egoísmos, consumismos, derroches,
usuras, venganzas y poder.
Y
el mundo sigue: ¡Y no se da cuenta!
Y
la muerte ¡La muerte asesina! cada vez más cerca.
Y
la muerte ¡además! cada vez más: poderosa, espantosa y cruel.
¿Y
la muerte?...
Y tú
y yo quizás seguimos en nuestro letargo; un letargo placentero, pero egoísta.
Publicado en Periódico de Extremadura.
Digital.
22
de agosto 2016
Publicada en “Cartas al
Director, Tu voz en la red” Digital
2 de septiembre de 2016.