428 Nació en el “paraíso” de la muerte.
He realizado este trabajo, cuya
fuente de datos es de: “M. P. Villatoro
en ABC”, dado que considero que es bueno que en este tiempo en el que parece
que tanto “jugamos” y “coqueteamos” con la muerte, con la violencia y con la
guerra, sin darle importancia, ni percatarnos de su gravedad, y en el que
creamos además tantas estructuras bélicas; este tremendo e insólito caso de
esta niña que nació inmersa en los avatares terribles de la segunda guerra
mundial nos puede ayudar a reflexionar sobre la dimensión infrahumana y
absolutamente intolerable de la guerra, de la violencia y del terrorismo, sea
cual sea y suceda donde suceda.
La historia de Eva Clarke, es la de una de las pocas
niñas que logró sobrevivir a las matanzas de bebés que los alemanes practicaban
en Mauthausen. Y esta historia de Eva está totalmente interconexiónada a la de
su madre, a la que todos llamaban Anka. Esta mujer, Anka, era natural de la República Checa y antes de la
llegada de Adolf Hitler al poder, fue ya encarcelada en el gueto
de Terezín, sólo por ser judía.
En junio de 1944, quedo embarazada y a su vez tristemente
fue trasladada a Auschwitz. Allí logró eludir los exámenes del cruel
doctor Josef Mengele; un detestable, nefasto y siniestro doctor que
ansiaba encontrar mujeres con un pequeño dentro para poder experimentar con
ellas. Anka logró también esconder su embarazo para que
ninguna de sus compañeras la delatase. Ciertamente tuvo suerte pues, si los
soldados de las SS hubieran detectado este hecho, la hubieran torturado y
asesinado por mentir al apodado, por su terrible crueldad, «Ángel de la muerte».
A finales de abril, y tras sufrir todo tipo de
penurias, Anka fue enviada a Mauthausen,
un campo de concentración ubicado en el norte de Austria que era conocido por
su apelativo de «Quebrantahuesos»
debido a las duras e inhumanas condiciones en las que se obligaba trabajar a los presos. El 29 de ese mismo mes
la judía llegó al lugar después de un escalofriante viaje, en el que iba
aprisionada en un tren fétido y putrefacto junto a miles de reos.
La llegada le impactó tanto que, de improviso, empezó a sufrir contracciones y
se puso de parto. La noticia cogió por sorpresa a los nazis quienes, debido a
la desnutrición de la joven que entonces tenía 27 años y a que la ropa que
llevaba era sumamente ancha para su cuerpo, no se habían percatado de su
embarazo. Al no saber por qué gritaba de esa forma aquella presa, y quizás para
quitarse el problema, los soldados de las SS la arrojaron a un carromato lleno
hasta los topes de cuerpos
esqueléticos llenos de tifus. Fue allí, precisamente, en el que
podríamos llamar “paraíso” de la muerte, donde fue alumbrada la pequeña Eva.
Eva vino al mundo cuando se hacía la noche en
Mauthausen, entre miles de
enfermedades y en un campo de concentración diabólico que ya se
había llevado de una manera espantosa y terrible las almas de miles de
personas. Pero ni la suciedad, ni el dolor, ni lo escandalosamente caótico de
la situación, ni saber que su bebé podría dejar este mundo en cualquier momento,
dadas las condiciones de salud o a manos de los alemanes, privó de la alegría a
Anka. Ella rebosaba felicidad junto a su bebé. No obstante, sabía que, dadas
las nefastas circunstancias, no
tardarían en quitárselo de entre los brazos.
Lo cierto es que tuvo suerte, pues lo que nuestra
protagonista no sabía es que, por aquellas fechas, los nazis andaban ya
terriblemente tocados por la inminente llegada de los aliados a Austria.
Quizás por eso, o quizás por mera suerte, Kauderová
fue llevada junto a su recién nacido hasta la enfermería del campo. Y nos dice
ella:
·
“Para cuando llegamos, los alemanes estaban asustadísimos y empezaron a darnos de comer”.
·
“El día anterior nos habrían matado sin miramientos y, de pronto, gracias a
Dios, y al buen hacer de las tropas americanas, todo se había arreglado”.
Tales fueron las atenciones de los miembros de
las SS, que hicieron llamar a un médico para que le hiciese un examen al
bebé y además comprobarse su sexo. Aunque erróneamente, como se comprobó
después, dijo que era un niño.
Pasaron los días mientras Anka y su bebé trataban de
sobrevivir en la enfermería:
·
Por suerte, Dios y el destino quisieron que, a pesar de la desnutrición que
sufría, la madre tuviera
suficiente leche en sus senos como para poder alimentar a su
pequeño.
Así lo hizo mientras que, en el exterior del campo, la
tensión de los alemanes podía palparse. La causa era obvia: los americanos
habían entrado en Austria
y se disponían a llegar hasta el pueblo de Mauthausen para descargar todo su lógico
odio acumulado sobre siniestros soldados que defendían el lugar.
El temor de los nazis terminó materializándose,
el 5 de mayo de 1945, varios días
después del suicidio de Hitler, cuando llego una escuadra de
reconocimiento perteneciente a la 11ª División Acorazada de los EE.UU.
Los norteamericanos acudieron al lugar pensando que
era una gigantesca fábrica, pero cuando se percataron del horrible hedor que emanaba de
allí decidieron subir hasta la cima de la loma para investigar qué era aquello.
Cuando llegaron no pudieron creer lo que vieron:
·
Esqueletos andantes y semidesnudos, cadáveres por doquier y algunos
cobardes germanos dispuestos a rendirse.
Así narró aquel traumático suceso el capitán Alexander Gotz, del Destacamento
Médico del 41º batallón perteneciente a la 11ª División Acorazada:
·
“Era un día cálido y soleado, mi conductor, Edwards, avanzó por el camino
serpenteante del pueblo de Mauthausen, hacia la cima de la colina donde se
alzaba el campamento. A mitad de camino notamos un olor dulzón que se hizo más fuerte cuando nos
acercamos a la cumbre, y que era sin lugar a dudas el de los cuerpos en descomposición”.
Y continúa:
·
“Cuando comenzamos a trabajar nos percatamos de la inmensidad de los horrores cometidos por
los alemanes. El sufrimiento y la muerte fueron de tal magnitud que es
imposible describir el lugar. Pasamos de barracón en barracón. Encontramos
muchos muertos en literas triples junto a personas que estaban demasiado
débiles como para arrastre fuera de allí. La mayoría de ellas murieron cuando las sacamos a la calle.
También encontramos un gran número de cadáveres rígidos, apilados como leña”.
Durante esta visita los americanos entraron en la
enfermería:
·
Allí encontraron a Anka, quien pesaba unos 30 kilos y a su bebé de 1 kilo y medio.
Aquella visión les asombró tanto que, tras dar a ambos
de comer, les sacaron fotografías y grabaron algunas imágenes para un posible documental.
Muy probablemente, eran pruebas para atestiguar que lo que allí había ocurrido
era real, y no un macabro e irreal
cuento sobre el infierno.
Fue entonces cuando uno de ellos le dio la buena
nueva: el retoño era realmente una
niña. La mujer no pudo ser más feliz:
·
¡Me quedé encantada! ¡Siempre había querido una
niña! Era como
un angelito
Solo le quedaba una tarea, ponerle nombre, y no tardó
en hacerlo: Eva. Tan feliz
estaba por la llegada de sus libertadores y por aquella noticia, que decidió
además que cambiaría la fecha de nacimiento de su pequeña y esta pasaría a
cumplir años el 5 de mayo,
el día de la liberación del campo de concentración. Posteriormente acudió
a la oficina de registro de
la ciudad para que Eva recibiese un certificado de nacimiento, en él se determinó que el lugar en
el que la pequeña había venido al mundo era el: “Campo de concentración de
Mauthausen”.
Junto a ese documento y a otros tantos, como ese otro
que certificaba que habían sido presas de los nazis; la checa partió hacia Praga el 20 de mayo.
Su objetivo era regresar a su antiguo hogar y esperar
allí la llegada de Bernard, el padre de Eva. Este, por su parte, se encontraba
en paradero desconocido desde que los nazis le habían llevado a Auschtwitz. Anka
sabía que ese nombre era sinónimo de muerte, pero aun así no perdía la esperanza.
Pocos días después, desgraciadamente, Anka se percató
de que no sabía si le quedaba un hogar al que regresar y una familia sobre la que apoyarse.
Para su desgracia, pronto descubrió que sus más allegados habían sido
asesinados por los alemanes. Tanto
sus padres como sus tíos.
Pero fue especialmente duro para ella saber que
Bernard había dejado este mundo. Y que muy probablemente tuviese lugar, durante
una de las denominadas «marchas de la muerte» alemanas, unos viajes en los que
las SS obligaban a andar muchos kilómetros a los reos de un campo de
concentración a otro.
Sola y con una pequeña a su cargo, terminó acudiendo a
la casa de una prima lejana para poder tener algo de calor humano.
Publicada en DIARIO DE ÁVILA Digital 5 abril 2016
Publicada en Diario de
Burgos 5
abril 2016
Publicada en “Cartas al Director,
Tu voz en la red” Digital 11 de abril 2016