244 El Gran
Encuentro
En nuestra vida
realizamos a lo largo de ella muchos encuentros; algunos agradables,
encuentros innecesarios, encuentros fatídicos, encuentros cotidianos,
rutinarios insustanciales; pero hay un encuentro que no podemos eludir y que le
gana en importancia a todos ellos, es el encuentro con la muerte. La muerte la
recibiremos cada uno de una manera distinta para algunos incluso será
terrorífica, otros la recibirán con paz, otros con miedo, otros con desaliento,
otros con amargura, otros con el interrogante de lo que no se conoce y otros
con amor. Con paz y con amor quisiera recibirla yo y quisiera que las recibierais
cada uno de los que hoy me leéis. ¡Tranquilos! no tenemos prisa para que llegue,
pero cuando llegué, cuando tenga que llegar, porque llegará, quiero que
vosotros y yo la recibamos con paz y amor; pues Dios: nuestro querido Dios, en
ese día, nos saldrá al encuentro y aquello será el “Gran Encuentro”, el
definitivo encuentro. El encuentro filial de un Padre que nos ama con locura.
La inmensidad del amor de Dios es tanta que quizás no lleguemos a descubrir su
grandeza. El hombre no es capaz de descubrir la grandeza de la infinitud,
nuestra mente limitada no entiende la grandeza infinita de un Dios que nos ama
infinitamente. Es difícil explicar la grandeza del infinito. Cuando a los
alumnos en matemáticas, yo soy Profesor de matemáticas de secundaria, queremos
explicarle que algo tiende a infinito es difícil, muy difícil; pues los límites
del infinito rebasan en muchas ocasiones nuestra capacidad de entender. Es por
ello por lo que es difícil entender a Dios. Si yo digo que Dios empieza a
existir en lo infinito y se desenvuelve más allá de este infinito, lógicamente
su existencia se desenvuelve fuera de nuestro entendimiento, no podemos
entender el lugar de existencia en el que Dios actúa, es por ello por lo que a
veces si no seguimos el camino adecuado no nos podemos encontrar con Dios. Dios
existe en otra órbita y tenemos que buscarlo allí. La órbita de nuestra
existencia es muy pobre para entender la órbita inmensa de un “Dios inmenso”
con una grandeza inconmensurable. La grandeza de Dios nos desborda y podemos
sentirnos apabullados por un Dios que existe fuera de un inmenso universo el
cual por su infinitud tampoco podemos conocer. Lo que sí podremos conocer grata
y alegremente es la inmensa bondad de un Dios que es inmensamente Padre y nos
ama con locura y puesto que nos ama derrocha toda su benevolencia con un abrazo
en el día de nuestro “Gran Encuentro”. El Papa Juan Pablo II dispuso que después
del Domingo de Resurrección se celebrará el Domingo de la “Divina Misericordia”
quiso con ello hacernos entender que el día del Juicio que cada uno tendremos,
seremos juzgados no por un juez que sentencia sino por un Dios que
misericordiosamente nos ama. Él, Juan Pablo II, después -casualmente o no
casualmente- murió ese día. La misericordia de Dios atrajo hacia si a ese gran
corazón. Corazón, el de Juan Pablo II, lleno de amor y misericordia hacia Dios
y hacia todos los seres humanos.
Publicada en Diario Jaén 3 – 5 – 2013
.
Viernes, 3 de Mayo de 2013
Rafael gutiérrez Amaro
desde Linares. En nuestra vida realizamos a lo largo de ella muchos encuentros; algunos
agradables, encuentros innecesarios, encuentros fatídicos, encuentros
cotidianos, rutinarios insustanciales; pero hay un encuentro que no podemos
eludir y que le gana en importancia a todos ellos, es el encuentro con la
muerte. La muerte la recibiremos cada uno de una manera distinta para algunos
incluso será terrorífica, otros la recibirán con paz, otros con miedo, otros
con desaliento, otros con amargura, otros con el interrogante de lo que no se
conoce y otros con amor.
Con paz y con amor quisiera recibirla yo
y quisiera que las recibierais cada uno de los que hoy me leéis. ¡Tranquilos!
No tenemos prisa para que llegue, pero cuando llegué, cuando tenga que llegar,
porque llegará, quiero que vosotros y yo la recibamos con paz y amor; pues
Dios: nuestro querido Dios, en ese día, nos saldrá al encuentro y aquello será
el “Gran Encuentro”, el definitivo encuentro. El encuentro filial de un padre
que nos ama con locura. La inmensidad del amor de Dios es tanta que quizás no
lleguemos a descubrir su grandeza. El hombre no es capaz de descubrir la
grandeza de la infinitud, nuestra mente limitada no entiende la grandeza
infinita de un Dios que nos ama infinitamente. Es difícil explicar la grandeza
del infinito. Cuando a los alumnos en matemáticas, yo soy profesor de Matemáticas
de Secundaria, queremos explicarle que algo tiende a infinito es difícil, muy
difícil; pues los límites del infinito rebasan en muchas ocasiones nuestra
capacidad de entender. Es por ello por lo que es difícil entender a Dios. Si yo
digo que Dios empieza a existir en lo infinito y se desenvuelve más allá de
este infinito, lógicamente su existencia se desenvuelve fuera de nuestro
entendimiento, no podemos entender el lugar de existencia en el que Dios actúa,
es por ello por lo que a veces si no seguimos el camino adecuado no nos podemos
encontrar con Dios. Dios existe en otra órbita y tenemos que buscarlo allí. La
órbita de nuestra existencia es muy pobre para entender la órbita inmensa de un
“Dios inmenso” con una grandeza inconmensurable. La grandeza de Dios nos
desborda y podemos sentirnos apabullados por un Dios que existe fuera de un
inmenso universo el cual por su infinitud tampoco podemos conocer. Lo que sí
podremos conocer grata y alegremente es la inmensa bondad de un Dios que es
inmensamente Padre y nos ama con locura y puesto que nos ama derrocha toda su
benevolencia con un abrazo en el día de nuestro “gran encuentro”. El Papa Juan
Pablo II dispuso que después del Domingo de Resurrección se celebraría el
Domingo de la “Divina Misericordia” quiso con ello hacernos entender que el día
del Juicio que cada uno tendremos, seremos juzgados no por un juez que
sentencia sino por un Dios que misericordiosamente nos ama. Él, Juan Pablo II,
después —casualmente o no casualmente— murió ese día. La misericordia de Dios
atrajo hacia si a ese gran corazón. Corazón, el de Juan Pablo II, lleno de amor
y misericordia hacia Dios y hacia todos los seres humanos.