408 El Papa ante el dolor
El 11 de febrero de 2016, en la
fiesta de la Virgen de Lourdes se celebró la XXIV Jornada Mundial del Enfermo.
El tema elegido para este año es:
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“Confiar, como María, en Jesús misericordioso”.
Tema esté que se inscribe muy bien en el marco
del Jubileo extraordinario de la Misericordia.
La enfermedad, sobre todo cuando es grave, nos pone
siempre en una situación de crisis y nos hace plantearnos grandes e importantes
interrogantes.
Al principio podemos tener una fuerte e implacable reacción
de rebeldía:
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¿Por qué me ha sucedido precisamente a mí?
~
Todo lo malo me sucede a mí.
~
Yo ya no puedo más.
Podemos sentirnos desesperados, abatidos, con
inquietante sensación de abandono y pensar que todo está perdido, que ya nada
tiene sentido…
Puede que se apodere de nosotros la tristeza y que en
el horizonte aparezca la oscuridad más absoluta.
En esta situación, ciertamente por una parte la fe en
Dios se pone fuertemente a prueba; pero al mismo tiempo esa fe aparece, ante
nosotros, con toda su ímpetu vivificador y enriquecedor. No porque la fe vaya a ser una fe milagrera que haga
desaparecer la enfermedad, el dolor o los interrogantes que plantea, aunque
algunas veces ciertamente lo sea, sino porque nos ofrece una opción
importante con la que podemos descubrir el sentido más profundo y trascendente de
lo que estamos viviendo.
La fe nos ofrece una clave que nos puede ayudar a ver
cómo la enfermedad podría ser, y si uno quiere es, la vía que nos lleva a una cercanía
más estrecha con Jesús; un Jesús que, por amor hacia nosotros, camina a nuestro
lado pero que va cargado con esa pesada y estremecedora cruz. Y esta clave
nos la proporciona también María, su Madre, que es experta en este dolor
intenso de su hijo Jesucristo, y que está presente, entre otros momentos, en
este camino tremendo y doloroso del viacrucis.
En las Bodas de Caná, en donde Él convierte el agua en
vino a petición de María, ya se perfilan con nitidez y claridad los rasgos
característicos de Jesús y de su misión:
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“Él es el que socorre al que está en dificultad y al que pasa necesidad”.
En efecto, en su ministerio mesiánico:
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Curará a muchos de sus enfermedades, dolencias y malos espíritus.
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Dará la vista a los ciegos. Hará caminar a los cojos.
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Devolverá la salud y la dignidad a los leprosos.
~
Resucitará a los muertos.
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Y a los pobres anunciará la buena nueva.
La petición de María, durante el banquete de las bodas,
manifestó no sólo el poder mesiánico de Jesús sino también su
misericordia.
En la solicitud de María se refleja: “La ternura de
Dios”.
Y esa misma ternura se hace presente también en
la vida de muchas personas que se encuentran junto a los enfermos y
saben comprender sus necesidades, aún las más ocultas, porque miran con ojos
llenos de amor. Cuántas veces, continúa el Papa:
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Una madre a la cabecera de su hijo enfermo.
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Un hijo que se ocupa de su padre anciano.
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Un nieto que está cerca del abuelo o de la abuela.
Cuántas veces ellos confían su súplica a la
maternal protección de la Virgen.
Y Francisco termina explicando como Jesús manifestó la
presencia del Reino de Dios precisamente a través de las curaciones.
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Nos dice Jesús: “Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos
ven y los cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los
muertos resucitan» (Mt 11,4-5)”.
Pero, insiste y “remarca” el Papa, con delicado
cariño, que el amor animado por la fe hace que pidamos para ellos algo mucho más
grande que la salud física:
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“Pedimos: La paz y la serenidad de la vida”.
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Esa paz y serenidad que parte del corazón:
o
Y que es don de Dios.
o
Y fruto del Espíritu Santo.
o
Y que el Padre no niega nunca a los que se lo piden con confianza.
Publicada en “Cartas al Director,
Tu voz en la red” Digital 17 febrero de
2016
Publicada
en DIARIO DE ÁVILA Digital 19 febrero 2016