5 La tierra llora



5   La tierra llora
  
De nuevo el dolor extremo nubla con tonos grisáceos  y tenebrosos la faz de la tierra. La tierra llora desconsolada. Filipinas está sumida en la desesperación. La fuerza de un tifón destruye impetuosamente una gran extensión, dejando a su paso: desolación, muerte, tristeza, amargura, caos, ruinas, hambre, sed, enfermedades, infecciones, epidemias … ¿Ante esto que hacer? ser solidarios, entregad con urgencia lo más  necesario, movilizarse en busca de recursos, pedir al que más tiene, sensibilizar a todos, poner los medios a nuestro alcance para que el clamor de la ayuda llegue a los confines de la tierra. Las pruebas a las que Dios nos somete, en ocasiones, son terribles, y no es fácil descifrar el enigma, no es fácil hacer una lectura positiva de lo que ha acontecido en Filipinas. Ver los acontecimientos, solo, desde una objetividad terrena y material: no sirve; tenemos que adentrarnos en la magnitud trascendente de nuestras vidas, tenemos que descubrir a un Dios que es amor, pero desde una perspectiva del espíritu. La muerte y el dolor tienen sentido en el horizonte de la plenitud de Dios, y para ello hay que acudir al más allá, a la otra vida, al cielo, al paraíso; si nos quedamos sólo en lo tremendo y en la desolación de lo acontecido no podremos entender al Creador que por amor crea, ni podremos entender porque deja o permite que lo creado con amor, se destruya: con tan siniestra ira, con tanta vehemencia y con tanta agresividad; porque permite Dios que todo esto se destruya -repito- de esta manera, tan terrible y tan lamentable, para tantos millones de personas. Y mientras que desciframos el,  tantas veces,  incomprensible misterio de Dios, mientras  que encontramos un porque, tenemos que rezar, tenemos que pedir: por los vivos y por los difuntos, por los sanos y por los enfermos, por los niños, por los ancianos y por todos; y además, y especialmente, dada la gravedad de la catástrofe: solidaridad, una solidaridad efectiva y exigente, que no consiste sólo en dar algunas monedillas, aunque en último caso hasta esas pocas monedillas también hacen falta. Porque de lo mucho o de lo poco el que entiende es Dios que conoce la generosidad de nuestros corazones; y Él, si nuestro amor es verdadero multiplicará nuestra ayuda.   

Publicada en Diario de Ourense digital: La Región   23 noviembre de 2013