Carta dirigida a mi amigo y compañero Miguel Ángel Tiscar, profesor de Matemáticas de ES 

100  Informatizar la Eternidad



Esta carta puede muy bien ir dirigida a todos los que de una u otra manera no nos conformamos con la caduca transitoriedad de la vida en la tierra y queremos vivir en y para la Eternidad. Y la quiero dedicar a un buen amigo, a un cazorleño muy amante de su tierra, que trabaja como profesor de matemáticas en un IES de nuestra tierra andaluza, y que allí cada día, él, compra y lee este periódico. Mi amigo conoce la informática con la destreza hábil de un hombre inteligente: ¡Porqué lo es! ; él es una persona que, además, maneja con más destreza aún  el don de la amistad; yo diría que tiene algún carisma que se va perfilando, en él, dándole un aire de distinción,  que quizás pudiera provenir de esos aires llenos de  pureza que ha recibido, en su infancia, en esa su tierra de Cazorla; allí, la sierra: oxigena el aire, oxigena el alma y oxigena las inteligencias,  que se hacen más proclives a  esa destreza hábil que, según mi parecer, caracteriza a mi amigo. Pero él, que gusta de informatizar todo lo de  la tierra, no quiere creer que podemos informatizar la Eternidad. Para él, la “cortina” de la última galaxia no da paso a  ese cielo nuevo del que nos habla  el evangelio. Mi amigo prefiere entretenerse, noblemente, avanzando en el conocimiento de los saberes terrenos: con sabiduría, con ciencia, con evidente sapiencia: como él lo sabe hacer y, sin embargo, quiere olvidarse, de que es más importante descubrir el panorama fantástico de una vida nueva, llena: de luz, de color, de fiesta, de alegría, de...
El personaje real de esta historia hasta en su nombre lleva el sello de un arte grandioso qué ha quedado inmortalizado, pero él no quiere caminar conmigo por los parajes de la Eternidad. Eternidad  que llenaria su alma de paz, de sosiego y de esperanza. Él, se quiere quedar con la poética eternidad escondida en los inacabables bosques de esa tierra suya;  él, se queda ahondando en la ciencia: su ciencia, la ciencia del mundo, buscando en ella ese rico tesoro que esconde; él, busca la amistad sincera de sus buenos amigos; él, ama la vida y la sabe vivir intensamente. Pero, como digo, se olvida de que también es importante programar la   Eternidad: vivir la Eternidad; prepararse, con el ordenador en la mano, a afrontar el reto de la Eternidad; porque en la Eternidad la caducidad de lo finito se transforma en un infinito permanente.
Allí, en el cielo, sólo sirven las matemáticas de Dios, el ordenador de Dios, el programa de  Dios y la excelencia de la definitiva ciencia de Dios.
Querido amigo: contigo quiero doctorarme en la informática del espíritu, hacerme catedrático en sabiduría divina, y alcanzar, apoyado en tú ciencia, ese cielo nuevo que conecta la finitud de lo real con la  infinitud inconmensurable de lo trascendente.
¡Ah, se me olvidaba! Espero que conmigo algún día recorras los parajes de esa Cazorla celestial que aún desconoces, pero que los dos hemos de informatizar. Un abrazo.

Publicado en Diario JAÉN    10 - 2 - 1999