113 Antonio Bienvenida.
En este tiempo en
que la tauromaquia alcanza la cima,
porque son infinidad los festejos en ciudades y pueblos. Yo quiero hablar de un
torero, de un insigne torero, que llenó de arte tantos y tantos cosos taurinos,
dejando en el recuerdo multitud de tardes inolvidables.
Ante la plaza de
Las Ventas de Madrid hay un monumento a este genial torero; en él, está el
torero dando la vuelta al ruedo, cogido en hombros por los mozos y con los
brazos extendidos en actitud de agradecer los aplausos posteriores a uno de
esos triunfos apoteósicos.
Cuando vi este
monumento me vino a la memoria un hecho entrañable: sucedió entre el torero y
el fundador del Opus Dei. Este torero pertenecía a esta institución, y lo hacía
porque sabía que el Opus Dei le ofrecía, a él,
el cauce adecuado para alcanzar no la gloria de la tierra, que él ya
sobreabundante la tenía, sino la gloria eterna del cielo, gloria de la que ya
gozará y en la que como en la tierra será un torero genial, para deleite de los
seres angelicales que allí, junto a
Dios, habitan.
En este encuentro
entre el torero y el fundador, dos personajes de gran talla para este siglo XX,
el torero le dijo al fundador:
"yo cuando recibo los aplausos, en
una tarde de triunfos, voy repitiendo en voz baja: << Para Dios toda la
gloria, para Dios toda la
gloria...>>".
El torero enviaba
al cielo ese caudal inmenso de aplausos, con el convencimiento de que todo,
todo pertenece a Dios, nosotros sólo somos pinceles en manos del Hacedor
Divino.
Antonio Bienvenida
entendió bien el sentido de la gloria, el valor de los triunfos, el signo
positivo y verdadero de unos aplausos; aplausos que recibió y que supo canjear
comprando con ellos acciones para el galardón eterno, que ya se ha merecido.
Torero, un aplauso.
Torero para ti,
junto a Dios, toda la gloria.
Publicado en Diario JAÉN 5 -
8 - 1999