Hace años conocí un hombre santo que con el convencimiento
que le daba la vivencia de una fe profunda se atrevía a decir: “Bendito sea el
dolor, amado sea el dolor, santificado sea el dolor”. No pretendo por supuesto que
el que me lea entienda este mensaje, habrá quién le parezca una aberración que
contradice la esencia misma de la naturaleza humana.
Tampoco puedo por supuesto ahora explicar el sentido de
ese profundo mensaje, pero si quiero que me sirva de introducción para
adentrarme en el controvertido tema del dolor, realidad palpable –diaria- realidad viva y sentida, que desgarra nuestro
cuerpo y da desasosiego a nuestra alma. Y quiero hablar del dolor para que -algún
día- seamos capaces de vislumbrar al menos el mensaje que hay tras él. El
dolor nos encamina a la Vida, el cielo es el fruto de una purificación vivida
con amor. Por eso yo aconsejo que seamos capaces de vivir el bienaventurado
mensaje evangélico. Y vivirlo, supone estar cerca físicamente del que sufre.
Los pobres, los enfermos, los marginados, los que tienen
el alma podrida por el pecado, y los que angustiados buscan la verdad pero no
la encuentran, ¡todos! ¡Sí, todos! necesitan nuestra cercanía, el calor de nuestra
presencia, el aliento de nuestro vivir esperanzado. Necesitan nuestra vida,
para que con la ayuda de nuestra generosa entrega, puedan entender el porqué de
algo que parece inexplicable.
Publicado en Diario JAÉN 19
del 7 de 1996
Publicado en Diario ALMERIA 28 del 7
de 1996