243 Mi encuentro
con el Opus Dei
El zarpazo de la llamada de Dios para cada uno es
distinto, algunos puede que aún lo esperen, otros quizás no se hayan enterado,
otros muchos habrán dicho contundentemente no y otros muy por el contrario se
habrán afirmado siguiendo fielmente el camino que Dios le ha trazado. De todo
hay en la extensa viña del Señor. Yo nací, en Andújar, en una familia
cristiana; mis padres a los que ame apasionadamente me dieron una sólida
formación humana y cristiana. Ellos adquirieron formación católica, en su
barrio de la corredera Capuchinos con los Padres de San Vicente de Paul y las
Hijas de la Caridad y también en la Acción Católica. La guerra civil española
les forjó en la recia fortaleza de aquellos que sufrieron los avatares de la
contienda. Dios los fue preparando para su vida matrimonial, el fruto siete
hijos. Uno de ellos ordenado sacerdote por Juan Pablo II sigue a Jesucristo en Madagascar
como misionero entregado a una vida austera y sacrificada, muy lejos de las
comodidades de nuestra civilización; y tres de nosotros seguimos las pisadas
del Maestro en el Opus Dei. Yo soy uno de ellos. Yo de joven me resistía a
seguir un camino concreto, no quería ataduras, ni noviciados, ni residencias,
ni seminarios. He huido siempre de los
lugares cerrados, de los claustros; yo podríamos decir que quería seguir a mí
aire, sin normas ni pautas de vida espiritual. Nunca renuncie a la fe en aquellos
tiempos, año 1963 a 1972, pero me
gustaba la vida cómoda sin compromisos, sin ataduras. No era una persona mundana pero me atraía lo
mundano, se me iban con facilidad los sentidos tras los placeres del mundo. El mundo, el demonio y la
carne si eran mis enemigos o más bien no, pues yo me recreaba en su amistad. Si
hubiera sido joven, hoy día, quizás me hubiera perdido en las cloacas de la
inmundicia, aunque nunca podemos dibujar lo que sería nuestro camino en uno u
otro caso, pues Dios siempre nos ayuda
para evitar los peligros. Mi madre: Micaela, quizás preocupada por mi frialdad
espiritual cuando me fui a estudiar la carrera a Jaén en el año 1971 me dejó
escritas unas normas para que las viviera y no renunciará a mi condición de
católico. Pero yo seguía sin buscar ese encuentro con Jesucristo; pero Dios -quizás
urgido por la preocupación de mis padres- me llamó. Dios me buscó a mí, no yo a
Él; mi resistencia no fue suficiente y como
en el caso de Santa Mónica madre de San Agustín, en mi caso la oración de mi madre
pudo más, y como en el caso apasionante de la conversión de San Pablo Dios me
tiró del caballo de mi comodidad y de mi desidia y me dijo contundentemente: Sígueme.
Me llamo a través de lo cotidiano, a través de mis estudios, de mis amistades,
de mis diversiones y yo sentí claramente la fuerza de su luz, el ímpetu de su
llamada; y en el Opus Dei encontré el camino, la senda; encontré en San Josemaría
el guía que todos necesitamos. Todo de una forma natural, pero yo sentí
claramente el zarpazo de la llamada.
Aquel día iba caminando y sentí como la presencia de una nube que me envolvía,
sentía una gran paz y la compañía de un ser cercano que vino a mi encuentro.
Todo fue sencillo pero contundentemente claro. No soy amigo de milagrillos, ni
de misticismos, pero ese algo que sucedió ese día 1 de marzo de 1972 no ha dejado
de acompañarme durante toda mi vida. Esa luz, esa llamada, ese algo
“espectacularmente” sencillo no deja de ocupar mi mente, es mi guía en los
momentos de descuido, de desaliento, de desorientación; en aquel día puedo
decir que encontré la brújula. En el recuerdo de aquel día veo todo un
programa: Un programa para cada segundo de cada día y hasta el final de mi vida.
Fue cómo encontrar la receta infalible, la receta para condimentar el quehacer
de cada día; encontré el por qué y el para qué, el principio y el final. No hay
duda Dios estaba allí y aún sigue estando. Y todo fue tan sencillo que no hubo:
estruendo, ni relámpagos, ni repique de campanas, hubo sólo una vivencia
cotidiana, un despertar hacia algo distinto. Sólo hubo una voz, un Dios que
llama, una espera breve, una respuesta. Y aquel día el sí lo llenó todo; todo
fue sellado, firmado y rubricado. Y desde aquel día la respuesta sigue siendo
si: “Aquí estoy Señor porque me has llamado”. Retrocesos muchos, abandonos
muchos, desalientos muchos también, pero Señor: “Aquí estoy porque me has
llamado”. Y me has llamado Tú, con evidente certeza es tu camino, no mi camino.
Es el camino de la felicidad eterna y espero no poder abandonar nunca la
certeza del hallazgo encontrado. Dios estaba allí, yo en lo oculto pude
descubrirlo. Fue el gran hallazgo del gran tesoro. Busca en el camino y quizás
allí tú también encuentres la respuesta.
Publicada en Diario Jaén 2 –
5 – 2013
Publicado en Forumlibertas.com 9 de octubre de 2013