484 Una historia conmovedora.
En esta
historia los protagonistas son Luigi y Susanna.
Luigi un chico
fascinante, que se declara ateo, pero que empieza a escuchar las catequesis del
Camino Neocatecumenal; y Susanna, una
buena chica, estudiosa, pero distante y esquiva, que aunque asiste a la
parroquia no siente que ama particularmente nada.
Esto da pie a
que Susanna Bo, escritora, presente el libro autobiográfico titulado: “La buena batalla”.
En él, se
“fotografía”: el inicio de su amor, la crueldad de la enfermedad, los particulares
caminos de la fe, y la lente o la óptica a través de la que se “lee” o se puede
leer la historia de este y tantos otros encuentros.
En el comienzo Susanna explica:
Oí hablar de él, por primera vez, porque mis
padres que eran catequistas me contaban cómo habían ido los encuentros, y un
día contaron:
·
“Le preguntamos a un chico: si se encontrara con
un ateo y tuviera que explicarle por qué cree en Dios, ¿qué le diría? Y él
respondió. No le diría nada porque yo también soy ateo”.
En ese entonces
no podía saber que de ese ateo dependería mi vida futura.
Y, sin embargo,
a pesar de no saber nada de él, comencé a preguntar a manudo a mi madre por las
catequesis.
Mi parroquia, algún tiempo después, organizó un encuentro de jóvenes y
fui con una amiga:
·
“Mi amiga y yo nos dedicamos a estudiar a los
recién llegados, pero no encontramos a nadie digno de atención, a excepción de
un chico alto, con una chaqueta azul, que se sentó en el banco frente a
nosotros. No estaba mal, de hecho. Tendría nuestra edad. Lo miré mucho, esa
tarde”.
Al volver a casa le pregunté a mi madre:
·
“Conoces a un tal Luigi. Sabes quién es”.
Ella me contesto:
·
“Sí, es el ateo”.
Como sucede a
menudo, el enamoramiento es cuestión de un momento y en mi caso fue en la
Biblioteca municipal.
Ese momento
representó, al menos para mí, el inicio del enamoramiento. Un enamoramiento que progresivamente nos
involucró a ambos en una verdadera historia de amor.
Durante este
periodo Luigi sufrió las primeras cirugías en el cerebro por la presencia de un
meningioma, un tumor benigno pero reincidente.
Pocos meses
antes de la boda, manifestó una grave crisis epiléptica mientras conducía el
coche viajando conmigo. Yo por primera vez me di cuenta de la enfermedad de mi
futuro marido.
La tarde
anterior a la boda mi padre, al notarme nerviosa, intuyó que tenía que ver con
el fantasma del tumor de Luigi. Mi padre me dijo:
·
“¿Lo amas?” Olvídate de la casa, del dinero, de los
invitados, de mí, de tu madre, de tus suegros e incluso de él. Olvídate de
todo, por un segundo.
Piensa sólo en una cosa:
o
“¿Lo quieres? ¿Amas a este muchacho?”
o
Y si en este momento decides que no estás segura
recuerda que nadie, ni siquiera el Padre eterno, tendrá nunca el derecho de juzgarte.
Pero antes de escoger responde a mi pregunta:
o
Porque es seguro que sufrirás si te casas; pero
si lo amas sufrirás aún más si no te casas.
o
¿Se curará? Lo esperamos. ¿No se curará?
¿Llegarás al punto de tener que limpiarle el culo? No te pesará, si lo quieres. Te parecerá que limpias a tu hijo.
Yo había entendido perfectamente lo que, mi padre, había querido
decirme. Dependía de mí. (…)
Al día siguiente, él y yo, Luigi y Susanna, éramos marido y mujer.
Tras una
espléndida luna de miel, Luigi y yo empezamos nuestra aventura de esposos, desde el principio tuve
que hacer frente a la salud precaria de él.
Las
manifestaciones de su salud fueron inicialmente interpretadas por mí como que
él tenía un escaso interés por mí y por la vida de pareja.
Con poca
distancia entre sí, nacieron nuestras dos hijas.
Y mientras, la
progresiva enfermedad de Luigi empeoró; haciéndose necesarias más, y más dolorosas,
las cirugías.
Yo vivió el
drama de la enfermedad apoyando a Luigi bajo el perfil práctico y emotivo, pero
desarrollando un sentimiento de rabia y de desconfianza en relación a Dios,
aunque continuaba asistiendo a la comunidad y a recibir los sacramentos, en
gran parte para complacerle a él.
Al contrario que
Luigi, que aunque cansado y empobrecido en sus facultades por la enfermedad,
reforzó su relación con Dios rezando el rosario todos los días y dirigiendo
constantemente la mirada a un gran crucifijo que quiso poner en la sala de su
casa.
Cuando llegó el
momento de la fase terminal de la enfermedad, yo me veía obligada a enfrentarme
a la angustia del adiós:
·
“Los médicos me decían: que le hablara, que le
tocara, que le hiciera sentir mi cercanía, pero no siempre lo lograba. A veces sólo
deseaba que terminara todo lo más rápido posible. Mientras más me acercaba,
menos lograba decirle adiós. Sólo la última tarde lo logré. Me acerqué a su
rostro y le dije que era hermoso, que era maravilloso.
Sabía que le quedaban pocas horas de vida, y quizá por este motivo
pensé que si hubiera podido hablar me habría dicho:
o “Oh
finalmente. Has dedicado tiempo para entenderlo. Quería sólo algunas caricias
Como siempre lo habíamos hecho, antes de dormirnos. Ahora estoy contento. Ahora
puedo irme a dormir”.
Las enfermeras del turno de noche me dejaron dormir con él.
·
Al mediodía del día siguiente “mi indio” me dejo”.
Al inicio del
funeral tome la palabra para recordar a Luigi:
·
“Cinco minutos después de haber terminado de
hablar, no me acordaba ya de lo que había dicho; quizá algo sobre el hecho de
no tener miedo. Porque en una altura de nuestra relación tuve mucho miedo. Tuve
miedo de que todo lo que habíamos esperado y creído en aquellos años no fuera
verdad”.
·
“Tuve miedo que no hubiera nada después de la
muerte. Que la fe fuera una especie de chiste que se cuenta en los momentos
difíciles, para levantar la moral. O un salvavidas medio inflado para hundirse
menos rápidamente en la depresión. Pero me había equivocado, por suerte. Y lo
dije, lo quise decir frente a todas esas personas, que la fe no es un chiste.
Ni una mentira piadosa, como había pensado en algún momento. La fe es una
realidad concreta, pero es sobretodo un don, y se puede pedir de una sola
manera: orando. Como hiciste siempre tú. La última semana en Brescia me dije a
mi misma que te ayudaría a creer en el Paraíso. Y sólo en tu funeral me di
cuenta que fuiste tú en cambio, en diez años, quien me ayudó a mí. Y sentí que
me ayudaste en el funeral, cuando hablé”.
·
“Lo que sentí mientras celebramos tu funeral fue algo similar a una
resurrección”.
No se cómo
decirlo de otra manera: me sentí feliz:
o
“Es realmente difícil describir la alegría pura”.
“Es como
intentar describir un pastel y su delicioso sabor.
Lo ideal sería
probar una rebanada”.
Quizá por eso
me sentí así:
“Porque, al no poderme describir el
Paraíso, decidiste darme una probada”.
Fuente:
http://es.aleteia.org/
Publicada en “Cartas al
Director, Tu voz en la red” Digital 11
de junio 2016