399 Belleza, arte, oración y silencio.
Martes
Santo. Anochece. Un cielo gris oscuro da paso a la noche. Las gentes empiezan a
llegar. La bulla se moviliza lentamente en la plaza. Los amantes de la
tradición, los devotos, los curiosos todos quieren ver; todos quieren empaparse
del misterio de: “Oración y silencio, belleza y arte que se avecina”.
Entre
sombras se descubre la tenue luz de la noche. Todo es una llamada a un Martes
Santo cargado de sublime emotividad. El murmullo de las gentes se palpa, pero
entre ese murmullo se palpa también la presencia de lo sagrado.
Aquí
en este lugar no es una noche más, aquí es la noche. Esa noche en la que el
sentimiento tiene un sitio de preferencia.
Esa
noche en la que se derrama para todos un aroma purificador que lo envuelve
todo.
Esa
noche en la que se descubre la emotiva fuerza del encuentro; el encuentro con
Jesús y el encuentro con María.
Es
la hora de la salida, el corazón late con fuerza, el silencio se transmite en
esta plaza abarrotada. Muy lentamente se abre el pórtico del sagrado recinto.
La
Iglesia de San Agustín de Linares vive su día grande. Todo aquí es belleza, la
mágica belleza que se dibuja siempre junto al quehacer divino.
Con
la lentitud y la finura de la solemne ceremonia aparece ante nuestros ojos la
Cruz de Guía. Nadie habla, todos al unísono se acogen al ritual del silencio;
hasta la respiración respeta la vivencia.
Los
corazones por el contrario sí notan el sobresalto espectacular de la emoción
callada. Las miles de personas saben a lo que han venido y contemplan atónitos
la cruda realidad de un cortejo de: “Oración, amor y silencio”.
Los
nazarenos pasan y pasan siguiendo el rigor del bien hacer penitencial, no
miran, no hablan, no se distraen, sólo callan y rezan.
Las
velas, esas grandes velas, rezan también dando luz a ese Cristo de la Humildad
que es el centro de la estación penitencial. Los cirios con su parpadeo de
fuego y luz dan una inusual belleza al pausado caminar de las túnicas.
¡Y
ahora los niños! ellos con su inocencia embellecen y dan una serena pizca de
alegría a la seriedad del cortejo. Y mientras se desarrolla el misterio
pasional: se vive el respeto; nada rompe la armonía, la calle calla, la gente
reza o contempla; pero todos, unos y otros, se hacen eco de la divinidad
inherente a aquel acontecimiento.
¡Y
mientras! Mientras, la profunda meditación de los asistentes llega a ese culmen
que misteriosamente roza lo divino.
¡Y
el incienso! ¿Qué decir del incienso?, de ese incienso que nos habla de armonía
en el alma y de armonía en los sentidos; y ¡cómo no! de armonía en un cuerpo
abrasado, en aquel momento, por la viva fuerza de su celestial espíritu.
Y
callamos, callamos más aún, porque de pronto, despacio elegante y guapa aparece
Ella. Y Ella es María, es esa criatura a la que tanto amamos; a la que amamos con
toda el alma.
Ella
viene como siempre discreta, y entregándonos la Salud pero con dolor en el
alma. Y mientras pasa, bajo su precioso
palio, parece que todo se para, excepto el corazón, excepto el latir de esos
miles de corazones que sienten a la vez la pena y la alegría, el dolor y la
salud, la fe y la esperanza; que sienten juntos: “El cielo y la tierra”.
Y
en ese momento, eterno momento, se acaba todo. La procesión ya no está. Nos
hemos quedado atónitos pero solos. Todo se ha acabado.
La
vivencia ha sido intensa, el alma ha quedado a flor de piel y el cuerpo ha
quedado también ágil y juvenil, sin nada que suene a lamento. Ha sido la
experiencia del amor, la experiencia de un amor intenso que nos ha dejado
extenuados.
Dios
una vez más ha pasado a nuestro lado, cerca, muy cerca.
Señor
de la Humildad, gracias.
Señora
de la Salud, gracias.
Y
a esperar, a esperar que muy pronto la bella semana Santa de Linares nos depare
una nueva y enriquecedora vivencia, un nuevo, esplendido y mágico amanecer para
el alma.
Publicado
en Boletín Vera Cruz Linares Cuaresma
2015
Publicada en “Cartas al Director,
Tu voz en la red” Digital 1 marzo de 2015