86      “EL ÍMPETU DE UN HURACÁN”


Hace veinte años -ya- de ese 16 de octubre de 1978 en el que se renovaba, con la fuerza irresistible de una tradición viva, el rito de la fumata en la plaza de San Pedro del Vaticano, pero ese año no fue exactamente igual. Es cierto que como siempre - al fin- el humo fue blanco, pero el aire que removió ese humo no vino del occidente europeo: tradicionalmente cristiano; el  humo - más bien el impetuoso huracán- vino de Polonia; y vino lleno de presagios que auguraban ya entonces una primavera de esplendor para una iglesia que necesitaba renovar el apoyo de la roca firme, necesitaba  renovar el ancla  de la tradición y el timón de la ortodoxia;  pero que necesitaba también la sabiduría humana y divina, el talento magistral de un hombre que habiendo surgido de un país sometido a diversas pruebas: ¡Muy, muy duras! ¡Muy, muy contradictorias! ¡Muy, muy difíciles!; aunaba en su persona: vivencias, experiencias y hechos; todo ello de una época y de unas circunstancias históricas de las que podría sacar esa luz: nueva, brillante, deslumbrante y resplandeciente, que pudiera romper el hielo de tanta frialdad, el muro de tanta incomprensión, el telón vergonzoso  de tanta intolerancia.
Juan Pablo II
Un año más  en el Vaticano sonó  con firmeza inquebrantable el: “Habemus Papa”, pero esta vez el "habemus", rompió todo esquema de pronóstico fácil y quedó, en el instante, entrecortado por la emoción: Emoción mezclada con la incredulidad y una inquietante y esperanzadora expectación;  para abrirse, después del  primer sobresalto,   sobresalto divino,  a una nueva era llena de gozosa esperanza, llena de aires renovadores de la paz: en el alma y en el mundo; aires de concordia, aires en definitiva de fe: una fe  viva, valiente, profunda, comprometida...
Karol Wojtyla gracias por dejar en el mundo las delicias de Dios. La esperanza que nos dejas, cada día, es el testamento increíblemente hermoso de tú herencia, de  tú rica prolífera , genuina y peculiar herencia.
Juan Pablo II, yo me  siento heredero, orgullosamente  heredero de tu sabiduría humana y divina. De ella ha brotado, con fecundidad, en todo el mundo la vida: una bella y espléndida vida, vida en flor, vida entre las vidas, vida sellada en el horizonte con un signo luminoso y alentador: Jesucristo.


Publicada en Diario JAÉN   24 del 10 de 1998