483 Tradición, arte, belleza y fe.

483   Tradición, arte, belleza y fe.

Un primer acercamiento a la religiosidad popular nos podría llevar a definirla como:
·        “Una expresión cultural y festiva, legado tradicional de siglos, en la que el pueblo expresa sus sentimientos a través de signos religiosos”.
Para otros es:
·        “Un interesante fenómeno digno de estudio antropológico.
Para otros, quizás la mayoría:
·        “Es algo indefinible, pero que se siente muy unido a la existencia cotidiana; tanto que la determina en un sentido profundo y trascendente... Aunque se difiere a veces de la ortodoxia confesional católica”.
El P. González Dorado, una de las personas que con más profundidad ha estudiado y valorado el fenómeno de la religiosidad popular, ha dicho:
·        “Andalucía no es un pueblo de cultura religiosa, sino de fe religiosa, que es algo distinto; pues supone que la devoción a Cristo o María no nace sólo de un entorno de mera tradición, sino que cala de verdad en la vida de las gentes; y esto a pesar de que, paradójicamente, nuestro pueblo es uno de los de más bajo índice de cumplimiento religioso”.
El pueblo sigue encontrando en la religiosidad popular un apoyo vital importante en tiempos como el actual de crisis de valores, de cambios profundos en la sociedad, y ello no deja de ser significativo.
En Andalucía, esa juventud inquieta que busca nuevos horizontes, en medio de una penumbra cada vez más oscura y densa, todavía es capaz de encontrar -en una proporción muy apreciable- un polo de atracción en esta religiosidad popular enmarcada en las hermandades y cofradías, aunque quizás algo más, en esa vertiente exterior: del nazareno, del mundo del costal o de las bandas de música.
El cardenal Amigo, gran conocedor de la Religiosidad Popular, reconoce en su pastoral que este tipo de religiosidad es objeto de preocupación constante para la Iglesia y dice: 
·        “Con sus riesgos y contradicciones, en mi opinión estas manifestaciones populares que revivimos cada año tienen muchos aspectos positivos y a menudo poco valorados”.
·        “En primer lugar, aportan unos valores sociales con identidad propia:
ü Se propicia la participación del pueblo.
ü Se propicia también la sensibilización hacia el fenómeno religioso.
ü Se propicia el fortalecimiento del arraigo social”.
ü Y todo ello redunda en un sentimiento de pertenencia a unas raíces mucho más fuerte y que son transmitidas de generación en generación”.
·        Por otra parte, contiene unos valores religiosos innegables, que se significan en la expresión  de la fe cristiana en un lenguaje total:
ü Palabras, sentimientos, emociones, sensaciones, recuerdos.
ü Colorido, música, imágenes, olores, costumbres…
ü En una evangelización  del pueblo, que mira sus propias manifestaciones religiosas como escuelas, donde aprender y enseñar, una teología sencilla y accesible a todos. 
·        “Y no quiero terminar sin hacer mención a la importancia de la cultura en la piedad popular, de tal manera que no se entiende una sin la otra. El componente cultural es consustancial a ella, y su presencia no tiene ni debe desvalorar el componente religioso, sino por el contrario, realzarlo”.
Como tiene escrito Carlos Colón en su Dios de la Ciudad:
·        “La Semana Santa es probablemente la mayor obra de arte colectiva de Occidente. Espiritualizarla negando su cuerpo, su ser simbólico, su ser artístico, su convertirse en experiencia artística, es matarla”.
Y ahora para continuar con la religiosidad o piedad popular, como la llamaba Pablo VI en su Evangelii Nuntiandi , quiero partir del documento Evangelización y Piedad Popular de la comisión Episcopal de Liturgia, él la define como:
·        “El modo peculiar que tiene el pueblo, la gente sencilla, de vivir y expresar su relación con Dios, la Stma. Virgen y los Santos”.
La celebración, aclaran los obispos, no sólo se encuadra en un ámbito privado e íntimo, sino que comporta también una dimensión comunitaria y de participación eclesial.
La religiosidad popular, no obstante, trasciende el ámbito religioso o devocional para introducirse también en el terreno propio de la antropología.
En la línea de la Nueva Evangelización propugnada por Juan Pablo II, la Iglesia va percibiendo cada vez con mayor claridad que la religiosidad popular y su arraigo entre las gentes puede constituir todo un proyecto de pastoral de futuro, y es que:
·        “El futuro de la Iglesia pasa por un volver a las fuentes, a las primeras comunidades donde se compartía en plenitud la fe y la vida del Evangelio”.
·        “Pero para ello es necesario partir de un reconocimiento de los valores que contiene esta religiosidad, asumirlos desde la necesaria purificación e integrarlos desterrando prejuicios y esa sangrante condición de marginalidad en la que se hallan sumidos”.
Europa debe ser evangelizada de nuevo:
·        “Y recuperar sus raíces cristianas en sus valores esenciales de amor a Dios y al hombre”.
·        “Y de solidaridad: con los pobres y desheredados de la tierra y con los que sufren injusticias y vejaciones”.
Ellos, los que viven en ese Cuarto Mundo, muestran al Jesús sufriente que padece y muere por una humanidad que no le comprende. Y ese Cuarto Mundo todos lo hemos fabricado en nuestras propias ciudades con el egoísmo y superficialidad que tantas veces nos caracterizan. 
También los cofrades, en este sentido, son responsables de ese Cuarto Mundo en sus ámbitos sociales, cuando se despreocupan de su testimonio cristiano ante el hermano que sufre; y se encierran, solo ellos, en sus hermandades, disfrutando egoístamente de sus tradiciones.
Las hermandades tienen mucho que decir en Andalucía sobre ese proceso de Nueva Evangelización porque gozan del respaldo casi incondicional de todo un pueblo que se aglomera masivamente ante sus imágenes.
Ellos, como se diría en lenguaje actual de Iglesia, pueden ser promotores de una pastoral de frontera porque tratan con muchas personas para quienes su única relación con Cristo y la Iglesia es: su Cristo, su Virgen o su cofradía.
Desde la religiosidad popular pueden constituirse en los adelantados de la Iglesia para llevar el Evangelio al pueblo, y darle una razón seria de vivir, en una época carente de valores.
En las manifestaciones de religiosidad:
·        “Los cofrades presentan al pueblo a un Cristo que sufre y muere por ellos, pero ese Cristo no es alguien ajeno a su existencia, sino que, a través de la devoción, lo identifican con ellos, con sus problemas, preocupaciones y también alegrías”.
·        “Eso les mueve a confiarse a Él, a pedir su ayuda, porque en sus sufrimientos de la Pasión ven reflejado su propio camino del Calvario, que es la cotidiana existencia, la difícil situación social y económica de Andalucía, que sigue viviendo aun en el subdesarrollo en tantos aspectos”.
·        “Por eso no hablan de Cristo, sino de nuestro Cristo y, al identificarse con él en su Pasión y Muerte en la Cruz, también confían en la futura Resurrección gozosa que da sentido a su fe y su vida. Cristo muere por Amor y por Amor Dios lo resucita y sigue presente entre ellos”. 
·        “El pueblo no siente muerto al Cristo Crucificado de los pasos. Nuestras gentes saben que ese Jesús que muere por ellos está vivo, porque ha sufrido con ellos”.
·        “Es la fe sencilla que presiente el Amor sin comprenderlo, porque lo experimentan”.
·        “Es esa humilde esperanza a la que se aferran las gentes confiando en quien puede darles nueva vida desde su sufrimiento”.
·        ¡Y es que el Camino de la Cruz es un camino de Amor!
Si los cofrades fueran capaces de testimoniar este sentido en sus estaciones de penitencia, comprometerse por amor a servir y sufrir con sus hermanos hasta el extremo de morir un poco con ellos en su terrible suplicio, sin duda harían realidad el proyecto de la Nueva Evangelización.
Y catequizando al pueblo, que es el fin principal de nuestra Semana Santa. 
Pero eso sólo será posible:
·        “Cuando el testimonio de los nazarenos o de los costaleros en torno al Cristo de su devoción tenga un reflejo, en la vida cotidiana, con su amor a Dios y a esos otros Cristos que son los hermanos que sufren y pasan necesidad”.
La religiosidad popular es un valor en bruto en nuestra Iglesia de cara a los nuevos tiempos. Las hermandades tienen el grave compromiso de que esta religiosidad sea purificada y reevangelizada hacia un compromiso serio por Cristo, haciéndolo presente en la sociedad.
Para ello es necesaria una labor conjunta con las parroquias y otras comunidades cristianas, sintiéndose Iglesia, demostrando que los cofrades no sólo viven para sacar pasos a la calle o vivir una religión de sentimientos, sino que, con sus tradiciones y carismas:
·        “Son capaces de llevar la fe, la esperanza y el amor del Evangelio de Cristo a la vida del pueblo que sufre y reza ante el paso de las imágenes”.
No cabe duda que este tipo de religiosidad, como todos los fenómenos complejos, no es fácil de tratar, y ha sido objeto de fuertes críticas. Desde la ortodoxia religiosa:
·        “Es vista por algunos, como un sustitutivo de la religiosidad auténtica por otra religiosidad ambigua, donde se confunden: pueblo, cultura, revelación, magia y fiesta”.
Incluso desde dentro de la Iglesia encontramos sectores contrarios al fenómeno, y así lo expresan públicamente sin recato.
Pero, y para terminar la religiosidad popular siempre tendrá su importancia mientras se mantenga como celebración auténtica y veraz, capaz de discernir el mensaje evangélico entre sus componentes festivos y culturales. Y así, con brillantez, trasmitir a las generaciones venideras este magno y singular milagro de cada primavera.
Fuentes: C. J. Romero Mensaque ; E. Osborne Bores. 

Publicada en “Cartas al Director, Tu voz en la red” Digital  10 de junio  2016