106 La
primera en el amor
La primera comunión de un niño o una niña es en sí
mismo un acontecimiento que nos ha de servir también para unirnos y gozar del
inestimable don de la convivencia. Todo es apreciable cuanto alrededor de ello
se construye el monumento de la familia,
de la unión, de la paz, de la concordia.
Todo es especial, cuando -además- como en este caso Dios es el centro; en
ocasiones: olvidado centro. Y más
especial aún cuando Dios es el centro en la vida sencilla de un niño o de una
niña.
Pero
la fiesta, por supuesto, hay que celebrarla junto a Jesús.
No,
solo, junto al manjar; no junto al despilfarro; no junto al consumismo
desmesurado. Y si, junto a los demás, junto a
acciones solidarias, junto a acciones que ejerciten nuestra generosidad.
Dios
nos espera a todos en la primera comunión de los niños. Dios nos espera siempre
en los sacramentos. Dios nos espera continuamente en los demás. Dios nos espera,
especialmente, muy especialmente en el amor y sólo en el amor. Porque sólo en el amor esta realmente
Él. Allí, en la cálida ternura de un amor verdadero, Él: nuestro Dios, busca
siempre su aposento. Lo demás son florituras, adornos, componendas, fugacidades
inútiles e inservibles
En
el recuerdo de este año de 1999, en especial, unos niños: Antonio Mª, Pablo,
León, Vicente, David, Juan Antonio y
Mario y en el horizonte claro de esa acción catequética Julia, una mujer que
lleva en su sangre un embriagador
dinamismo lleno de cariño hacia los niños, y todo en el afable
fondo de una parroquia cercana, llena de atractivo para ellos: S. Agustín.
Porque,
es en las parroquias donde en muchas ocasiones se fraguan situaciones
entrañables, llenas de un afecto enriquecedor. La parroquia es en muchas
ocasiones lugar de encuentros emotivos, de recuerdos imborrables, de acciones
llenas de entusiasmo. Porque en las parroquias siempre esta Dios. Un Dios que
preside, un Dios que busca, un Dios que ama....
Publicado en Diario JAÉN 17 - 5 - 1999