140 Un viaje a la trascendencia.
Mientras subíamos, notábamos cómo
la riqueza de un aire cada vez más puro embriagaba nuestros sentidos; y
notábamos cómo, además, el alma se iba saciando de la fuerza impetuosa de una
trascendencia fascinante. Tras cada curva
el panorama se hacía más bello, los pinos más encantadores y el cielo
más azul. Desde las alturas, la vista de una ciudad: Córdoba, milenariamente
hermosa, hacía que el paisaje adquiriera la belleza de un lugar paradisíaco.
Y llegamos a las Ermitas, allí el encuentro
con Dios se palpa; el alma deja momentáneamente los juegos mundanos y se ocupa
en llenar sus "ánforas" de un alimento espiritual que colma
sobradamente sus más altas aspiraciones. Allí se hace vida el encuentro con la
muerte. ¡Allí! La calavera nos hace presagiar un futuro,
próximo, en el que lo terreno pertenecerá al pasado.
Nos sentamos en aquellos parajes y
la oración fluía en nuestros corazones, necesitados de paladear las realidades
divinas. El mundo, en tantas ocasiones, con su discurrir rápido nos envuelve en
su dinámica y hace que nos olvidemos del valor de la oración, del valor de un
diálogo amoroso con nuestro Padre Dios. Todo el placer lo dejamos para los
sentidos, y nos olvidamos con demasiada frecuencia del placer escondido en la
vivencia de los valores Eternos. Nuestro Dios nos pertenece y hemos que
convivir con Él, dialogar con Él,
alegrarnos con Él, sufrir con Él,...
En las Ermitas, ese diálogo de
enamorados entre Padre e hijo es más fácil. Estábamos a gusto; con el rosario
en nuestras manos, la contemplación ocupaba nuestra mente y Dios,
absolutamente, ocupaba nuestra vida; todo era especialmente distinto. La vida
allí, nos hablaba: de austeridad, de sacrificio, de oración contemplativa, de
felicidad, de Eternidad...
En este lugar no había sitio ni
para comodones, ni para ociosos, ni para libertinos, ni para incrédulos, ni
para ateos, ni tampoco para cristianos acomodados.
Al pasar a una de aquellas Ermitas: pequeños
habitáculos tremendamente austeros; en donde: la cruz y la calavera, saludaban
con su presencia cada noche y cada mañana al ermitaño de antaño. Al pasar, como
digo, a aquel lugar, encontré en una lápida una frase impactante y llamativa;
yo diría que una frase especialmente lapidaria:
¨ Baja, si
quieres subir.
¨ Pierde, si
quieres ganar.
¨ Sufre, si
quieres vencer.
¨ Muere, si
quieres vivir.
Cualquiera que eso lea quedará
estremecido. Lejos están las coordenadas
de nuestro mundo de estas otras: ¡Pero
estas, son las de Dios! Porque Dios, nuestro Dios, nuestro querido y amado
Dios, ante la putrefacción maloliente de la muerte saca el tesoro inagotable de
la verdadera y gloriosa Vida.
Y nos despedimos de aquel lugar,
con el alma llena de emociones y la vista, puesta ya, en una ciudad de Córdoba,
que -de lejos- nos avisa de su hermosura y de
su grandeza. Es la grandeza de
nuestro mundo, que -en ocasiones- contrasta con la grandeza de Dios
Publicada en Diario JAEN el 9 - 1 - 2000
Publicada en Diario CORDOBA el 5 - 2 - 2000