119    Dios: una realidad apasionante.

Decir que la realidad de Dios es un hecho apasionante que desborda con creces la más trascendente de las realidades a que el hombre puede aspirar, puede parecer a algunos una exageración y a otros una insensatez: Teniendo en cuenta que para ellos, Dios no es una realidad tangible, y por tanto no les puede apasionar algo que están en duda si existe o no.
Dios: Él es un manantial de aguas claras
¿Pero yo me pregunto? No es más coherente creer en la palabra: llena de fuerza, llena de contenido, llena de valores,  llena de sentimientos, llena de verdades de un personaje excepcional llamado Jesús; teniendo en cuenta que estas palabras dan sentido al dolor, a la vida, a la muerte, a los interrogantes más serios de nuestro existir. No es, como digo, esto más coherente que quedarse con sólo la ciencia, con sólo la técnica, con sólo la razón, aunque estas estén, por si solas, vacías de trascendencia, vacías de explicaciones eternas, vacías de porqués definitivos. Yo opino que, con valentía, vale la pena lanzarse a buscar en Dios la fuerza impetuosa de un gran ideal; buscar en Él un manantial de aguas claras, que llenen: nuestras almas de paz, nuestros corazones de esperanza, nuestras vidas de felicidad y nuestras inteligencias de trascendencia.
¡Algunos dicen!: ¿Y si después de todo no existe nada? Pues pienso que aún con ese riesgo vale la pena creer, puesto que la magnitud del premio: una eternidad feliz, es inmensamente mayor al riesgo que uno corre.
Los misterios de Dios son apasionantes, por eso tantas personas de todo el mundo abandonan la felicidad terrena para vivir inmersos en la sublime realidad de un Dios fascinante  que cautiva y enamora.
Dios puede ser, si queremos, el culmen supremo de nuestro existir, la savia viva, el alfa y el omega de una vida de enamorados, porque sin amor no podemos entender la grandiosa magnitud de Dios, porque Dios es Amor.

Publicado en Diario JAÉN    25 -  9 - 1999