392 El prodigio de la Misericordia
En
este año de la Misericordia, es bueno recordar que un buen ejemplo de la misma
viene reflejado en la conocida parábola del Hijo pródigo, que actualmente
también se le conoce como la parábola del Padre
misericordioso. En esta bella parábola en la que se muestra
espléndidamente la infinitud de la misericordia de Dios hay para nosotros muchos
datos significativos y de gran interés.
El
relato cuenta la historia de un padre que tiene dos hijos, uno de ellos le pide,
al padre, que le entregue lo que le corresponde pues se quiere ir de casa, y
así lo hace, se va dejando al padre sumido en una inmensa tristeza y
abatimiento. El hijo viaja lejos de su tierra y dilapida sin sentido e
inútilmente toda la herencia: lujuria, desenfreno, ostentación, vicios; y en
breve tiempo acaba con su hacienda, y a partir de entonces para alimentarse, ya
sin nada, dice el evangelio que tiene que recurrir a vivir cuidando cerdos y
alimentándose con lo que ellos comen.
Y
entonces, en aquel hábitat de mendicidad, melancolía, tristeza, abatimiento y
soledad, se acuerda de su padre y de su casa, y arrepentido quiere volver, pero
tiene duda de si su padre lo perdonará y lo recibirá.
Es
el temor que todos tenemos cuando pecamos, siempre nos queda la incertidumbre
de si Dios nos va a perdonar de nuevo. Nos avergonzamos de nuestro pecado y nos
cuesta trabajo volver, aunque en la mayoría de los casos sabemos que eso es lo
que tenemos que hacer. Pero aunque sabemos que el amor de Dios es muy grande,
no sabemos si entenderá nuestro pecado y
nuestra forma negligente y reincidente de
actuar. El hijo de la parábola sabe que ha cometido un gran pecado y sabe
también que su Padre es bueno, pero no sabe en su exacta medida la inmensa
gravedad de su pecado, ni la grandeza ilimitada de la misericordia divina. Es
la “lucha” continua que se entabla entre el pecado y el perdón, entre la vida y
la muerte, entre compartir nuestra vida con nuestro Dios o compartirla con
nuestra propia miseria e iniquidad.
Siguiendo
con la parábola, el hijo arrepentido vuelve. Y lo que no sabe este hijo,
pecador e indignó, es que el padre desde que él se fue, cada día, otea el
horizonte esperando con amor la llegada de su hijo. Una vez que el hijo se
acerca a la casa, el padre que lo ve de lejos, sale corriendo a su encuentro y
lo abraza: llenándolo de cariño y de
ternura, llenándolo de amor y de vida, llenándolo de la inmensidad de todos sus
dones.
Hace
muchos años allá por el año 1972, en una meditación para jóvenes que organizaba
el Opus Dei en Jaén, el santo y sabio sacerdote Don Ramón Romera nos decía
comentando este relato, de una manera bellamente expresiva, que mientras que el
amor de los hombres a Dios anda, el amor de Dios a los hombres corre. Podemos
decir que Dios se excede en el amor, Dios ama sin medida, sin cálculo, sin
límites.
La
grandeza de Dios nos llega a los hombres a través de la inmensidad de su amor.
Si fuésemos capaces de correr hacia el
amor de Dios, Dios saldría a nuestro encuentro volando. Me atrevo a
decir que Dios sin el amor no existiría. Dios no puede existir sin lo esencial
de su existencia que es el amor.
Espero
que este relato, en este año de la misericordia, nos ayude a entender a Dios y
la plenitud de su esencia que es el amor. Y como consecuencia acerquémonos a Él
a través del sacramento de la penitencia o de la reconciliación y arrepentidos
recibamos alegres el grato abrazo del perdón.
Publicado
en Diario de Córdoba. Digital 14 enero 2016
Publicada
en “Cartas al Director, Tu voz en la red” Digital 20 enero de 2016