224 Y Dios
sigue en la cruz.
Dios al inicio de la creación creo para el ser
humano un Paraíso, un Paraíso en el que el hombre y la mujer eran inmensamente
felices.
Dios para esa eterna e inmensa felicidad sólo puso
una condición que no comieran del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal.
Pero para el ser humano llegó la tentación, esa
tentación terrible de no querer supeditar su inteligencia y su voluntad a la de
Dios. No querían obedecer y se rebelaron y junto a ese revelarse vino la
ruptura del ser humano con Dios, vino el primer pecado, un gran pecado pues
eran muchos los dones que Dios había dado al ser humano.
Y vino la pérdida de gran parte de los dones y
como consecuencia: el sufrimiento, el dolor, las calamidades, el esfuerzo en el
trabajo; y vino la inmensa pérdida de tesoros infinitos.
Ya, desde entonces, todo había que conquistarlo
día a día, ya había que vencer el pecado implícito en muchas de las acciones,
ya la conquista del bien era costosa y al final de la vida había que atravesar
el tremendo túnel de la muerte para llegar de nuevo al Paraíso y rescatar de
nuevo todo lo perdido.
Y en ese periodo de la historia, para que ese
restaurar lo perdido fuera posible, vino Jesucristo a la tierra, vino a padecer
y a morir para cargar con el infinito peso de nuestros múltiples pecados.
Y Jesús nace pobre, vive y sufre, trabaja, predica
su doctrina y da a conocer el camino de la salvación. El mismo se define como:
“Camino, Verdad y Vida”.
Y para pagar el precio de nuestro rescate padece
por la maldad de los hombres y muere en la Cruz.
En ese día, el de la muerte de Cristo, el cosmos
se convulsiona; el cielo se viste de luto; la tierra en su interior, en lo más
profundo de su entraña se retuerce de espanto; las estrellas abandonan su
belleza y lloran entristecidas; las galaxias sufren ante la muerte de su Dios y
debido a esto todo el espectáculo cósmico, en ese día, es muy, muy triste, muy
desalentador.
Y a causa de esa muerte horrible llega la
Resurrección; y el Cielo se viste de gala; y la luz, una gran luz, centra
nuestras miradas y finalmente el rescate se ha realizado, el ser humano es ya
libre, ha alcanzado definitivamente la auténtica libertad de los Hijos de Dios.
El Paraíso de nuevo abre sus puertas y Jesús llega
triunfante para ser recibido por el Padre y el Espíritu Santo, e infinidad de Ángeles
celebraron el festejo y los muertos de todos los tiempos forman una procesión interminable
para entrar en el Paraíso y ya todo es felicidad.
Pero en la tierra, esta tierra nuestra, queda
mucho por hacer y: mucho dolor, mucho sufrimiento, mucha miseria, y todo hasta
el final de los tiempos, en los que el rescate ya habrá culminado.
Y hasta entonces nuestro Dios, nuestro querido y
amado Dios sigue en la Cruz acompañando a la humanidad doliente, sigue en la Cruz
para vivir íntimamente unido al dolor de la especie humana.
En la Santa Misa se renueva cada día el misterio
de la Cruz, en el que Jesucristo se entrega por cada uno de nosotros. El Altar
es el Calvario y allí cada día en la Santa Misa se crucifica de nuevo a Jesús,
en una forma incruenta pero real.
Por eso tenemos que valorar debidamente el Santo Sacrificio
de la Misa y asistir debidamente preparados y frecuentemente; y hacer allí
nuestra ofrenda de todo lo que hacemos, para que Dios de todo lo nuestro
obtenga la Vida.
La Santa Misa no es un recuerdo de algo que pasó,
es una realidad viva que vivimos actualizada. Como cristianos en ella se centra
toda nuestra vida, por lo tanto no dejemos de asistir, dada la Magna Grandeza
de tan especial, singular y memorable Acontecimiento.
Mientras tanto, cada día y a cada instante, para
mantener la antorcha de la fe viva, pidamos en oración: “Padre, Hijo y Espíritu
Santo, ruega por nosotros y haznos que gloriosos lleguemos al Paraíso”.
Publicada en “Cartas al Director,
Tu voz en la red” Digital 19 marzo de 2015
Publicada
en DIARIO DE AVILA Digital 20 marzo de 2015