44 ¡Y nos dejó su sonrisa!


44     ¡Y nos dejó su sonrisa!
            Lucí

Hay personas que por la fuerza que ponen en vivir acorde con la exigencia noble de un gran ideal, se convierten en seres ejemplares, dignos del elogio lleno de emotividad de aquellos que han visto en su ejemplar existencia un camino de imitación para su propia vida.
Este es el caso de Lucí, ella a lo largo de su vida ha dado muestras evidentes de su buen hacer, ha hecho innumerables servicios en favor de la vida humana, ha sabido escribir la vida con mayúscula y gravarla a fuego en el corazón del hombre. Su vida ha sido un sí, sin paliativos, al alto don recibido, podemos decir que ha bordado la vida en el gran tapiz del mundo. A su lado se percibía la vitalidad de una vida entregada a una buena causa. Su alegría dejaba en todos el sabroso “regusto” de lo que nos llena de esperanza.
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Su familia, numerosa, una muestra evidente de su entrega. Lucí se desvivía por los suyos, les trasmitía el amor, esculpía en ellos la huella profunda del verdadero cariño.
Su profesión vivida desde la proyección vocacional, otro ejemplo que ha servido para que tantos hombres y mujeres, valoremos la gran dignidad de lo bien hecho.
Lucí, ha sabido llenar nuestras almas de luz, para que seamos capaces de descubrir en su integridad el valor inmenso de toda vida humana. Muchos de nosotros, o nuestros hijos, o los hijos de nuestros hijos, han visto el espléndido resplandor de la primera luz a través de las manos llenas de ternura de Lucí, ella recibía con la plena inmensidad del amor a cada niño. De ella, tantos y tantos, han recibido con dulzura su primera caricia. Quería, y lo hizo, poner su vida al servicio inestimable de algo grande, tan grande como emotivo y dichoso.
Antiabortista por convicción, participaba en todo aquello que suponía un sí a la vida, no podía permitir la desventura cruel de un hecho tan lamentable, no comprendía un no tan rotundo a la vida. Ella entendía que la vida engendraba vida y no destrucción fatal. El seno materno no podía
ser el repugnante lugar del más cruel de los genocidios, ponía los medios a su alcance para ayudar a toda mujer que por algún problema, sintiera la tentación de destruir la obra grande que se ocultaba en los “sacros” adentros de sus entrañas.
En su trabajo, para concluir, he visto siempre el buen hacer del artista, que sabe bordar el arte, sin darse cuenta de la magnitud trascendente de la obra realizada. Su humildad, su sencillez, su estilo peculiar de sentir, pueden servir de ejemplo. Porque con su actividad llena de ilusión ha sabido, magistralmente, dibujar en el mundo los caminos de Dios.
Ese, para mí ha sido sin duda su magnífico testamento. Testamento que debe estar esculpido en nuestra alma, pues hemos recibido el ejemplo profundo de una vida santa.
Y para terminar, la encomiendo a María santísima en su advocación, tan querida para ella, de Linarejos. De Ella ya, habrá recibido la corona de
la Eternidad, pues ha volado con la limpieza de corazón del alma enamorada y habrá recibido, como no, esa vida con mayúscula que se ha ganado con el sudor fecundo de su ejemplar entrega.

Publicada en Diario Jaén el 7 del 2 de 1997