Relatos biograficos 2
PACO ROMERO Y LOS CLUBS FAMILIARES DE LINARES.
ÚLTIMO TERCIO DEL SIGLO XX.
VIVENCIAS ENTUSIASTAS
Todas las Instituciones, en cada lugar tienen su historia, su pasado,
algunas incluso su prehistoria; y el hecho de relatarlos y darlos a conocer da
riqueza cultural y humana y más esplendor aun a la vida y a los
acontecimientos, pues de esta manera se pone a nuestra disposición la raíz y el
origen de muchos detalles, vivencias y situaciones que forman parte de esos
primeros momentos siempre tan llenos de vida. Yo llegue a Linares el año 1979 y
ya entonces era del Opus Dei, mis comienzos fueron en 1972 siendo yo un joven
estudiante en Jaén y cuando contaba apenas 18 años. A través de una “luz” Dios
llamo a mi puerta y me descubrió un maravilloso programa de vivencias y una
doctrina contundentemente clara. Como he dicho llegue a Linares al actual IES
Reyes España como Profesor de matemáticas; Francisco Romero Fernández en aquel
entonces realizaba una labor apostólica eficaz siendo ya miembro del Opus Dei; él
era un trabajador metalúrgico de Santana Motor, obrero bien cualificado por su
constancia y esmero en los detalles y porque era sabedor de la elevada dignidad
de su trabajo; él estaba casado y tenía cinco hijos. Hacía compatible la vida:
familiar, social, profesional y apostólica; todo lo sincronizada con destreza y
habilidad y por supuesto con mucho amor a su vocación y a Jesucristo, su guía y
maestro. Paco para dar a conocer a Jesucristo y dar a conocer el Opus Dei a los
jóvenes de Linares promovió los Clubs Familiares y en estos clubs trataba a
muchos jóvenes a los que daba
catequesis, completaba su formación cristiana y ayudaba para que adquirieran
además una sólida formación humana y cultural. Paco, a estos jóvenes, les
ayudaba también en su vida diaria, que a veces no era fácil. Él se entregó en
cuerpo y alma a aquella labor, horas y horas, lleno de entusiasmo, feliz,
comprometido y vibrante, y lo fundamental tremendamente eficaz, con aquellas
alas que le daba el amor. Paco amaba a Dios y por Él lo daba todo. Paco fue un
ejemplo para todos: para sus familiares, para sus compañeros de trabajo, para
sus amigos, para aquellos jóvenes a los que atendía asiduamente en los clubs familiares y especialmente para todos los
miembros del Opus Dei que veíamos en él a un apóstol lleno de grandeza de
espíritu: la grandeza de espíritu de un personaje excepcional. Para él, el Opus
Dei era la luz brillante, la brújula, la antorcha… Paco había recibido la
llamada de un Dios al que amaba apasionadamente. Dios entró de lleno en su vida
y entró hasta el día de su muerte. Muerte que no tardó en llegar, un domingo,
día 22 de noviembre del año, ya lejano, de 1987; lejano sí, pero muy vivo en mi
alma de amigo; la muerte le llegó inesperadamente cuando regresaba de recibir
el sacramento de la confesión en la
Estación Linares Baeza, en donde su confesor Don Juan Ramón López Melguizo
regía la parroquia y confesaba
cada día a
la caída de
la tarde, antes de la Santa Misa. Él viajaba en coche hacia Linares y un golpe frontal y
desgraciado acabo in situ con aquel hombre, de alrededor de cincuenta años;
aquel gran hombre enamorado: de la vida, de su familia y de su Dios. El mismo
Dios que había cortado la vida de ese árbol frondoso, Él sabría por qué, murió
al volante: el rosario en la mano, en su boca una plegaria y en su corazón un
ramillete de flores: su mujer, sus cinco hijos, su madre, sus hermanos y una
letanía inmensa de amigos que le querían vivamente; todos llorarían después
largamente su ausencia. Dios le dijo: “hasta aquí” y el lleno de amor se fue al
Paraíso, lleno de amor se fue veloz al encuentro con la Eternidad.
Yo al lado de aquella mesa funeraria de mármol blanco, a solas y entre
sollozos, pude contemplar su cuerpo: su cuerpo lleno de vida, pero muerto; son
las cosas de Dios; un hombre rozando la juventud, lleno de ímpetu, lleno de
Dios, apóstol, entusiasta de los valores del espíritu… Ese hombre quedó
fulminado por un destino aparentemente cruel, su vida era ya:
“Un: no existe, no existe”, y su muerte era ya un aplastante: “Aquí estoy, he
venido para llevarte” y quiero llevarte en silencio acompañado por la oración
de los tuyos y por las lágrimas desconsoladas de tus jóvenes hijos y esposa.
Una sencilla sábana blanca cubría aquel cuerpo, de esta manera se entierra en
el Opus Dei, vivimos sin miedo a la vida y sin miedo a la muerte, con
sencillez, sin aparato. Allí estaba aquel cuerpo puro y aquel corazón
enamorado. Yo, allí a solas con aquel catafalco, pensando en aquel atroz
destino y pensado en la certeza de la
esperanza en el cielo maravilloso en el que ya estaría mí querido amigo.
En estos tiempos, tal como todo deambula, necesitamos “Pacos Romeros”:
auténticos, ejemplares, trabajadores, sin sombra de doblez, dedicados a seguir
la estrella de la verdad, dedicados a contagiarnos vida, especialmente con su
vivir: esperanzado, amable, alegre y optimista.
Y dejamos con su Padre Dios a este hombre, no antes sin decir qué él,
día y noche, tenía una meta: Dios; no dormía apenas porque quería seguir con
desveló apasionado el rastro de Escrivá de Balaguer, de él fue un fiel y
apasionado seguidor.
Linares Agosto 2013 Rafa