355 La
pena callada
Hablo pero no me contestan.
Escribo pero no me leen.
Pienso pero no me entienden.
Amo pero no me quieren.
Camino pero no me siguen.
¡Terrible!
¡Pero he pensado “Ignorar” para ver si al menos
así recibo una respuesta!
Ahora entiendo lo triste que debe de ser la vida
de aquellos que son indiferentes: para el mundo, para la sociedad, para todos.
Qué triste la soledad del que vive solo en esa
burbuja de aislamiento que la sociedad le ha construido.
Qué triste la vida del mísero que al hablar no le
contestan ni tan siquiera sus “propios enseres” ¡porque ni eso tiene!
Qué triste deber de ser: el dolor no compartido;
la pena callada; la lágrima silenciosa; la contrariedad que aísla; pienso que
es preferible morir de dolor, que morir en la indiferencia más absoluta. Y así
ante la indiferencia de un mundo deshumanizado que mira para otro lado: viven y
mueren muchos.
Es la tumba en vida, es el sello de la triste poquedad;
triste poquedad de no ser: nada, ni nadie; es la triste poquedad de quien ni
tan siquiera sirve de estorbo. Podríamos decir que es: el límite máximo de la
no existencia, la desintegración triste y callada del todo a la nada. Sin
observadores, sin curiosos, sin nadie, sin…
Y me pregunto: ¿Dios existe y vive en esas
personas? ¡Sí existe! Existe para dar
vida a aquel que aparentemente y humanamente sólo ha servido para vivir sin
más.
Dios da la vida a los que en el gran teatro del
mundo: ni son vistos, ni son oídos, ni son nada de nada.
Él, Dios, les dará un lugar: un decoroso Escaño en
el Paraíso; una Tribuna; y para siempre un gratificante encargo: “Ser Felices en
la Eternidad, en dialogo amoroso y cordial y junto a toda la multitud de
bienaventurados”
Publicada en “Cartas al Director,
Tu voz en la red” Digital 18 de agosto de 2014
Publicada en Diario JAÉN
20 de agosto de 2014