97       EL TESORO DE UN PAPA

La riqueza del mensaje de  Juan Pablo II esta cargado de humanidad o dicho de otra manera su mensaje es rico en humanismo; humanismo cristiano, que nos deleita y apasiona, que deja nuestro corazón inmerso en una realidad espiritual que nos lleva por los terrenos de una solidaridad vivida amorosamente.
Las exigencias de Jesús nos los da a conocer el Papa desde su propia vivencia; su alma habla de amor, porque su vida es un ejemplo; su palabra esta cimentada en la firme roca de su propia coherencia. Juan Pablo II ha entregado al mundo el tesoro valioso de una vida: recia, exigente, comprometida, veraz, leal, generosa, solidaria...  
He escogido unas palabras suyas de 1998 para que sirvan de homenaje a su persona, en este recién estrenado  1999, ellas manifiestan claramente su preocupación por el ser humano y especialmente por el más desprotegido.
Aquí esta este rico testimonio, testimonio de un hombre sensibilizado: con su mundo, con su época y con su gente, un hombre santo que quiere acercar, con un dinamismo  increíble, el ser humano a Dios; a ese Dios cercano que amorosamente cuida del hombre, de la mujer, del niño, del joven, del anciano y de todo ser humano; porque Dios, nuestro querido Dios, de todos es Padre.

Texto escogido del Mensaje de Juan Pablo II.
Preparación Semana Santa de 1998:

“La pobreza tiene diversos significados. El más inmediato es la falta de me­dios materiales suficientes. Esta pobreza, que para muchos de nuestros hermanos llega hasta la miseria, constituye un escándalo. Se manifiesta de múltiples formas y está en conexión con muchos y dolorosos fenómenos: la carencia del necesario sustento y de la asistencia sanitaria indispensable; la falta o la penu­ria de vivienda, con las consecuentes situaciones de promiscuidad; la marginación social para los más débiles y de los procesos productivos para los desocupados; la soledad de quien no tiene a nadie con quien contar; la condición de prófugo de la propia patria y de quien sufre la guerra o sus heridas; la despro­porción en los salarios; la falta de una familia, con las graves secuelas que se pueden derivar, como la droga y la violencia. La privación de lo necesario para vivir humilla al hombre: es un drama ante el cual la conciencia de quien tiene la posibilidad de intervenir no puede permanecer indiferente.

Existe también otra pobreza, igualmente grave, que consiste en la caren­cia, no de medios materiales, sino: de un alimento espiritual, de una respuesta a las cuestiones esenciales, de una esperanza para la propia existencia. Esta pobreza que afecta al espiritu provoca gravísimos sufrimientos. Tenemos ante nuestros ojos las consecuencias, frecuentemente trágicas, de una vida vacía de contenido. Tal forma de miseria se manifiesta sobre todo en los ambientes donde el hombre vive en el bienestar, materialmente satisfecho, pero espiritualmente desprovisto de orientación. En lo íntimo de su corazón, el ser humano pide sentido y pide amor.
En última instancia lo que consu­me al hombre es el hambre de Dios: sin el consuelo que proviene de Él, el ser humano se encuentra abandonado a sí mismo, necesitado, porque falta la fuente de la que mana una vida auténtica.
En las sociedades opulentas, y en un mundo cada vez más marcado por un materialismo práctico que invade to­dos los ámbitos de la vida, no podemos olvidar las enérgicas palabras con las que Cristo amonesta a los ricos (cfr. Mt 19,23-24; Lc 6, 24-25; Lc 16, 19-31)
Por eso, el que verdaderamente ama a Dios, acoge al pobre. Sabe, en efecto, que Dios ha tomado esa condición y lo ha hecho para ser solidario hasta el extremo con los hombres.
La aco­gida del pobre es signo de la autenticidad del amor a Cristo,        como demues­tra San Francisco, que besa al leproso porque en él ha reconocido a Cristo que sufre.
Pero el abrirse a las ne­cesidades del hermano implica una acogida sincera, que sólo es posible con una actitud personal de pobreza de espíritu.”




Publicado en Diario JAÉN    25 -  1 - 1999