Hoy, hablamos mucho de libertad, pero tras ella, por
desgracia -en muchas ocasiones- , se esconde un libertinaje salvaje que oprime,
aniquila y destruye al ser humano. Hoy hablamos mucho de amor, pero tras él escondemos
-con frecuencia- el más brutal de los egoísmos; el sexo -por ejemplo-
desvinculado de un sentimiento, desvinculado de un hábitat que propicie unas
relaciones auténticas, se convierte en un acto que acaba repugnando,
animalizando al ser humano, convirtiéndolo en un ser vulgar que se deja llevar
por él inhumano placer de los bajos instintos. Hoy día, es frecuente confundir
el amor con el sexo, y con ello desvinculamos el amor de su carácter
intrínseco, de su carácter esencial, de su significado profundo. Convertimos
algo tan sacro, el amor, en una vulgaridad.
¿Y qué pasa con la cultura? pues, con frecuencia, sucede
algo similar; hoy, a actividades vulgares, chabacanas, le ponemos el sello de
nuestra cultura. Y a través de instituciones culturales, a través de centros públicos
de cultura se patrocinan y sufragan actividades que se alejan, gravemente, del
fin que se pretende.
Entiendo que los jóvenes por ejemplo, quieran crear su
propia estructura social, su propia identidad, pero si esa identidad, esa estructura,
se aleja de unos cánones adecuados, lo que promueven, no puede por mucho que se
empeñen llevar el signo de nuestra cultura.
Un ejemplo, en estos días se ha organizado un Concierto
Rock en una de nuestras ciudades de Andalucía, los grupos que participan,
llevan estos nombres, entre otros : LAS MIERDAS, CHUPACABRAS...etc. Este evento
ha sido patrocinado por el área de cultura del Excmo. Ayuntamiento de dicha ciudad.
Para darlo a conocer se ha hecho una campaña publicitaria costosa, que se ha
repartido por toda la provincia. Los carteles de grandes dimensiones llaman la atención,
y en ellos “la mierda” y el “chupacabras” resaltan como inequívoca muestra de
nuestra cultura de vanguardia.
¿Y yo me pregunto: es que hoy, a los jóvenes, hay que
darle lo que quieran y al precio que quieran? Es verdad que la fuerza impetuosa
de la juventud es grande y nos atropellan con su vigor. ¿Pero no convendría
parar algo la chavacana vulgaridad de algunos jóvenes mal instruidos y fomentar
la cultura auténtica que dignifica al hombre y lo aleja de la bestia? ¿O por el
contrario tenemos que tragarnos por narices el olor nauseabundo de una incultura
degenerativa y funesta?
Para terminar, se me ocurre que quizás sería mejor que a
los jóvenes en vez de permitirles hacer de todo, les ofreciéramos trabajo; un
trabajo que necesitan y no tienen. Y en su ausencia, faltos de una motivación que
dé a su vida estabilidad, buscan en la vulgaridad una forma llamativa de
repulsa.
Publicado en Diario JAÉN 13 del 7 de 1997
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