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La embajada de un pordiosero
El relato que cuento me
sobrecogió al leerlo, es por ello por lo que lo expongo para la consideración
de los lectores. Espero que a Vds. les
sirva como reflexión y para aprender a vivir una virtud tan importante como es
la humildad:
“Hace poco -me
comentaba Roberto Simán- me embarqué en otra aventura... Me llamó el ministro
de Relaciones Exteriores y me propuso que aceptase el cargo de Embajador de El
Salvador ante la Santa Sede y la Soberana Orden de Malta "¡Dios mío!
-pensé al principio-. ¡Más
complicaciones en mi vida, que ya está de por sí bastante complicada!
Juan Pablo II y Roberto Simán |
Pero luego pensé que era un servicio que podía hacer a la
Iglesia y a mi país, y acepté. Con una condición: que no tuviera que
trasladarme a Italia a tiempo completo, porque tengo una familia numerosa que
atender, un trabajo que sacar adelante y muchas iniciativas apostólicas que
dependen de mí, en mayor o menor medida. Aceptaron mis condiciones y
a principios de 1992, fui a Roma con Myriam y mis once hijos, para la presentación
de mis credenciales como Embajador. Y aquel día me sucedió algo que quiero
contar porque tiene para mí una significación muy especial.
Recuerdo que me levanté muy temprano para ir a Misa,
hacia las cuatro y media de la madrugada. Vi por la ventana que estaba
lloviendo y me vestí de modo informal, con una chubasquero y una gorra. Bajé y
me fui caminando, en el entre-luz del amanecer, por las calles de Roma, hasta
la iglesia de San Roberto Belarmino. Hacía frío y seguía lloviznando. En una
plaza encontré uno de esos mercados típicos romanos y compré leche, verduras,
pan, fruta y diversas cosas que necesitábamos en el apartamento donde vivíamos.
Entré en la iglesia cargado con las bolsas y me senté a oscuras, en la última
banca. "¡Qué día más importante! -pensaba-: Dentro de pocas horas saldré
con la escolta por las calles de Roma, como Embajador de El Salvador, y entraré
en los salones del Vaticano para presentar las credenciales...
En esto, sentí que alguien me tocaba en el hombro. Me
volteé y una señora me entregó un billete de mil liras. Me quedé desconcertado:
¡me había confundido con un pordiosero! Debió pensar que me había refugiado allí
a causa de la lluvia y el frío...
"Esta es la lección que hoy me da el Señor -pensé-;
porque eso es lo que soy yo a los ojos de Dios: un pordiosero". Luego
tuvimos la audiencia con el Papa. Me emocioné muchísimo. Le enseñé la
fotografía de mis once hijos, y al ver a tantos exclamó: "¡Sois una
nación!". Pero yo seguía pensando en el suceso de aquella mañana...
Nosotros sólo somos eso: pobres instrumentos, poca cosa,
unos pordioseros a los que Dios ama y bendice sin cesar.”
Publicado en Diario JAÉN 30
- 4 – 2000
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