261 Ahuyentas o unes


261   Ahuyentas o unes  

La convivencia entre las personas es de una gran importancia para la sociedad, incluso más aun en el ámbito familiar. La amabilidad es como un perfume para la convivencia, es un detalle de cariño. En personas que tienen una sensibilidad especial para tratar a los demás la amabilidad y la cordialidad forman parte del trato de cada día, hay otros que por el contrario respiran mal humor, respiran siendo desagradables en el trato, siendo desagradecidos, manifestando continuamente la queja, la protesta o el desprecio. Hay quien su vida es una continua y desagradable protesta: protestan en su trabajo, protestan en sus relaciones sociales, protestan en sus diversiones, protestan en su familia, protestan con todos y por todo. Todo es un continuo lamento hacia los demás. Esas personas ni son felices ni hacen felices  a los demás. Es el  lamento de los estériles, el diálogo de los que con nada están conformes. ¿Qué triste verdad? Ellos son  el centro y el fin, fuera de ellos no hay un bien posible. Junto a estos están los que todo lo saben, los listillos o enteradillos a los que se les cala  muy pronto y siempre resultan desagradables. Hablan y hablan, pero siempre de ellos, ellos son el alfa y el  omega: todo lo saben, todo lo entienden y todo lo conocen; la opinión de los demás es poco  importante, diríamos que irrelevante;  los demás no saben, están a su lado para aprender, para encumbrar al maestro. Pienso que es una gran desgracia querer ser siempre el centro, ser siempre el mal listo, el conocedor de todo, el supremo rey del universo. Que mezquindad considerar inferiores a los demás, no respetar a los demás debidamente, aunque sea simplemente porque son seres humanos igual que nosotros. Cuántas veces un obstáculo grande para la convivencia es el yo, yo y yo. Porque yo hago, porque yo sé, porque yo entiendo… Y en muchas ocasiones en este ambiente nos desenvolvemos, bien es cierto que la mayoría de los seres humanos no van por la vida con estas premisas de actuación, pero los que van dan estupor, perdónenme, pero en muchas ocasiones: dan auténtico asco, son repugnantes, crean un ambiente cargado de desfachatez. El orgullo y la soberbia forman parte de este tipo de personas que en el desprecio a los demás encuentran su propio castigo. Qué más  castigo que pisotear a los demás para intentar sobresalir. Como decía anteriormente no es así la mayoría de la gente, pero es tan lamentable tan estéril, tan nauseabunda, tan despreciable esta actuación. Cuánto humildad se necesita entre los seres humanos para que sigamos siendo seres humanos: sencillos, amables, cordiales, respetuosos, dialogantes, serviciales, sin vanagloria, sin astucia, sin doblez, sin engaño, sin envidia, sin avaricia. … Este tema es el cada día, es que cada uno desde el amanecer, desde que nos levantamos, con buen o mal pie, podemos coger el yo que: repugna, inquieta y maltrata a quien nos encontremos, o el yo que: alienta, estimula, vivifica, acaricia y agranda el horizonte en la vida de los demás. Tú puedes coger el yo que quieras, pero con uno de ellos puedes ser un  despreciable desdichado y con el otro un ser humano, que sabe vivir y convivir según las magistrales reglas de un magistral maestro llamado Jesús de Nazaret.


Publicada en Diario JAÉN   6 de agosto de 2013 

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