254 Tu libertad y Dios.
Señor dame tu libertad,
prefiero la tuya a la que me da el mundo. El mundo me ofrece muchas cosas:
deleites aparentes, libertinajes, pasiones, una vida cómoda: sin compromisos ni
ataduras; pero todo sin ninguna trascendencia, sin proyección, ni relación con
la dignidad de la persona; todo en esa libertad del mundo es aparente, todo se
desvanece y acaba siendo el principio del fin. No quiero la libertad de un
mundo: de fantasía, de lujuria, de engaños, de corrupción, de poder, de robos
despiadados…. pues todo ello –al final- lleva el desasosiego; yo quiero, Señor,
la estabilidad de tu doctrina, los cimientos de tu creación de Padre, quiero el
camino angosto y la vida sacrificada pero segura y digna que tú has proyectado para
nosotros en la tierra, quiero junto a ti la “esclavitud”; esa esclavitud que muy
bien conoció tu santísima Madre, la
esclavitud de ese signo de contradicción que tú has venido a traer a la tierra.
La esclavitud de la cruz que es esclavitud sólo aparente pues nos lleva a la Vida,
a la auténtica Vida. La felicidad que tu Dios te brinda -a tí y a mí- tiene
espinas, como las rosas, pero ese es el camino; si buscas otra felicidad puede
que en el camino te tropieces: con el desaliento, con el desánimo, con la
tristeza; y al final, de nuevo, miraras atrás y te darás cuenta que la única
felicidad es la de las rosas: belleza, vida y espinas: muchas y dolorosas
espinas; las espinas que nos unen: a ti a tu cruz, y a mí a la mía. ¡Porque
convéncete: Sin aceptación de la cruz no hay alegría!