María fue conserje en el IES Reyes de España. Linares

118    Dolor y esperanza

Estaba aturdido, acababa de visitar a María  una enferma de cáncer, que sufría intensamente en el alma y en el cuerpo; y ante el dolor se había derrumbado. La fuerza del dolor es tan poderosa que en ocasiones nos vence, nos aniquila; dejándonos indefensos, extenuados, al borde de un abismo deprimente.
Llegué a casa y, ya de noche, me acosté, mi mente no dejaba de recordar la tétrica escena un dolor que destruye el cuerpo sin piedad. Tardé en dormirme, apesadumbrado por lo acontecido. Al fin el sueño me venció y acabé dormido.
Al rato oigo el teléfono, velozmente acudo sobresaltado, por la hora no es normal la llamada y menos aún el comunicado: por una serie de circunstancias se me había asignado para que viajara por todo el mundo e hiciera un estudio sobre el dolor en cada uno de los lugares; especialmente lugares azotado por el hambre, las guerras, los terremotos, etcétera. Quede sobrecogido por la propuesta, pero sin apenas dudar dije sí, siempre que aquello sirviera para disminuir esa fuerza del dolor, y encontrar un porqué que justificara tanta desgracia.
Pronto comencé el proyecto, visité en primer lugar a muchedumbres inmensas de gentes sin alimentos, sin hogares; esqueletos andantes, preparados para morir en cualquier instante, allí no había ni seres humanos, ni personas, ni dignidades, ni categorías; había desolación, tristeza y amargura. Al anochecer comenzamos el trabajo de organización de datos, el resumen era claro: todo macabro en grado extremo, inhumano, indignante.
De allí viajamos a otro lugar espeluznante: un volcán había llenado de fuego la tierra, el horror era  extremo, las fuerzas de la naturaleza se habían desatado en contra del ser  humano, poblados enteros habían quedado bajo la capa espesa de una lava que todo lo inundaba, allí no había vida, toda esperanza había sido sepultada.
Me quedé derrumbado, y esa noche no pude realizar la crónica, llamé al personaje que me había enviado a tan dolorosa misión y le comuniqué el estado de ánimo que me embargaba, Él me dijo con fuerza: has de continuar, pero antes te voy a enseñar unas pinceladas del final de toda la historia, el destino de todas esas gentes que han sido purificadas por el dolor; y para ello abrió una puerta y tras ella otra, todo iba pareciendo un feliz sueño, mi cuerpo quedó  inmerso en una deslumbrante hermosura y seguí y adentrándome en ese lugar celeste, entonces caí en la cuenta: Esto es el cielo, y al entrar vi un panorama grandioso en donde millones de hombres y mujeres gozaban llenos de paz; la belleza de estos seres  era indescriptible; el lugar un paraíso especialmente hermoso, todo era una maravilla increíble y en un lugar de privilegio. Rodeado de una inmensa nube de ángeles estaba Dios: un Dios soberano, poderoso, deslumbrante. Impacto tanto en mí que caí arrodillado. Él, se acercó y me cogió rodeándome de ternura, envolviéndome  en la magia de un cálido y delicado amor, después me dijo: sigue visitando los caminos del dolor, pero has de saber que al final la humanidad que sufre el holocausto cruel del dolor vendrá a este lugar y aquí gozará eternamente de los placeres del alma junto a mí: su Dios y Señor. ¡Tú sigue, no te detengas!...
De pronto desapareció ese cielo nuevo y fui  transportado a la tierra. Allí seguí, ya fortalecido, el cortejo ininterrumpido de un dolor terrible, pero, yo, ya había descubierto el fin salvífico y purificador de ese inmenso dolor, ya conocía  un porqué glorioso que inundó mi alma de paz, ya conocí el pleno sentido de nuestro existir. Toda la visión había sido emotivamente sobrecogedora, gratificante.



Publicado en Diario JAÉN    16 -  9 - 1999