118 Dolor y esperanza
Estaba
aturdido, acababa de visitar a María una
enferma de cáncer, que sufría intensamente en el alma y en el cuerpo; y ante el
dolor se había derrumbado. La fuerza del dolor es tan poderosa que en ocasiones
nos vence, nos aniquila; dejándonos indefensos, extenuados, al borde de un
abismo deprimente.
Llegué
a casa y, ya de noche, me acosté, mi mente no dejaba de recordar la tétrica
escena un dolor que destruye el cuerpo sin piedad. Tardé en dormirme,
apesadumbrado por lo acontecido. Al fin el sueño me venció y acabé dormido.
Pronto
comencé el proyecto, visité en primer lugar a muchedumbres inmensas de gentes
sin alimentos, sin hogares; esqueletos andantes, preparados para morir en
cualquier instante, allí no había ni seres humanos, ni personas, ni dignidades,
ni categorías; había desolación, tristeza y amargura. Al anochecer comenzamos
el trabajo de organización de datos, el resumen era claro: todo macabro en
grado extremo, inhumano, indignante.
De allí viajamos
a otro lugar espeluznante: un volcán había llenado de fuego la tierra, el
horror era extremo, las fuerzas de la
naturaleza se habían desatado en contra del ser
humano, poblados enteros habían quedado bajo la capa espesa de una lava
que todo lo inundaba, allí no había vida, toda esperanza había sido sepultada.
Me
quedé derrumbado, y esa noche no pude realizar la crónica, llamé al personaje
que me había enviado a tan dolorosa misión y le comuniqué el estado de ánimo
que me embargaba, Él me dijo con fuerza: has de continuar, pero antes te voy a
enseñar unas pinceladas del final de toda la historia, el destino de todas esas
gentes que han sido purificadas por el dolor; y para ello abrió una puerta y
tras ella otra, todo iba pareciendo un feliz sueño, mi cuerpo quedó inmerso en una deslumbrante hermosura y seguí
y adentrándome en ese lugar celeste, entonces caí en la cuenta: Esto es el
cielo, y al entrar vi un panorama grandioso en donde millones de hombres y
mujeres gozaban llenos de paz; la belleza de estos seres era indescriptible; el lugar un paraíso
especialmente hermoso, todo era una maravilla increíble y en un lugar de
privilegio. Rodeado de una inmensa nube de ángeles estaba Dios: un Dios
soberano, poderoso, deslumbrante. Impacto tanto en mí que caí arrodillado. Él,
se acercó y me cogió rodeándome de ternura, envolviéndome en la magia de un cálido y delicado amor,
después me dijo: sigue visitando los caminos del dolor, pero has de saber que
al final la humanidad que sufre el holocausto cruel del dolor vendrá a este
lugar y aquí gozará eternamente de los placeres del alma junto a mí: su Dios y
Señor. ¡Tú sigue, no te detengas!...
De
pronto desapareció ese cielo nuevo y fui
transportado a la tierra. Allí seguí, ya fortalecido, el cortejo ininterrumpido
de un dolor terrible, pero, yo, ya había descubierto el fin salvífico y
purificador de ese inmenso dolor, ya conocía
un porqué glorioso que inundó mi alma de paz, ya conocí el pleno sentido
de nuestro existir. Toda la visión había sido emotivamente sobrecogedora,
gratificante.
Publicado en Diario JAÉN 16 -
9 - 1999