98 Grandeza Eterna del acontecer diario

98   Grandeza Eterna del acontecer diario

Así resumía san Josemaría el camino que se debe seguir para santificar la tarea ordinaria: "¿Quieres de verdad ser santo? Cumple el pequeño deber de cada momento: haz lo que debes y está en lo que haces". Más que trabajar como Cristo el cristiano está llamado a más, a trabajar en Cristo, unido vitalmente a Él. Por eso nos interesa contemplar con mucha atención el quehacer cotidiano del Señor en Nazaret. No basta una mirada superficial. Es preciso considerar la unión de su tarea diaria en el taller y en su hogar con la entrega de su vida en la Cruz y con su Resurrección
El Sacrificio del Calvario es la culminación de la obediencia de Cristo al Padre: “se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”. Al aceptar libremente el dolor y la muerte, que son lo más contrario al deseo natural de la voluntad humana, ha manifestado de modo supremo que no ha venido para hacer su voluntad sino la Voluntad del que le ha enviado. Pero la entrega del Señor en su Pasión y muerte de Cruz, no es un acto aislado de obediencia por Amor. Es la expresión suprema de una obediencia plena y absoluta que ha estado presente a lo largo de toda su vida, con manifestaciones diversas en cada momento: ¡He aquí que vengo para hacer, oh Dios, tú Voluntad!  
A los doce años, cuando María y José le encuentran entre los doctores en el Templo después de tres días de búsqueda, Jesús les responde: ¿No sabíais que es necesario que yo esté en las cosas de mi Padre?   
En el Calvario se manifestó derramando toda su Sangre y en Nazaret, entregándola día a día, gota a gota, en su trabajo de artesano que construye instrumentos para el cultivo de los campos y útiles para el hogar.
Era el faber, filius Mariae (Mc 6, 3), el carpintero, hijo de María; y era Dios, y estaba realizando la redención del género humano, y estaba atrayendo a sí todas las cosas (Jn 12, 32).
Cristo en su trabajo diario cumple perfectamente la Voluntad del Padre, por Amor, sabiendo que consumara su obediencia en el Calvario   
Por eso mismo, cuando llega el momento supremo del Sacrificio del Calvario, el Señor ofrece toda su vida, también el trabajo de Nazaret. La Cruz es la última piedra de su obediencia, como la clave de un arco en una catedral: aquella piedra que no sólo se sostiene en las otras sino que con su peso mantiene la cohesión de las demás.
“Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame”. Seguir a Cristo en el trabajo diario es cumplir ahí la Voluntad divina con la misma obediencia de Cristo: hasta la muerte. Esto no significa sólo que el cristiano debe estar dispuesto a morir antes que pecar. Es mucho más. En cada momento ha de procurar morir a la propia voluntad, entregando lo que hay de propio en su querer, para hacer propia la Voluntad de Dios.
Y todo de una manera sencilla, sin aspavientos, sin considerarnos héroes, ni considerarnos tampoco esclavos. Nuestro trabajo, ese acontecer diario, ha dispuesto Dios que sea el camino por medio del cual lleguemos a la eternidad y por lo tanto en esa actividad diaria, cotidiana, continuada, cansina, sacrificada a veces hemos de poner todo el empeño, ofreciendo a Jesús cada instante sabiendo que tiene un infinito valor, un valor inmenso con el que llegaremos al Cielo, nuestra definitiva Patria. La Patria feliz, en donde nos saciaremos de todo. Allí estará: toda la grandeza, toda la belleza, todo el cariño, toda la felicidad, toda la paz, y todo en grado infinito.

Publicada en “Cartas al Director, Tu voz en la red” Digital 19 de mayo de 2014


Publicada en DIARIO DE AVILA Digital 20 de mayo de 2014