275 El amor que duele


275  El amor que duele

Lo que quiero relatar en esta carta me sucedió en Jaén  capital, en un centro sanitario, en la sala de espera, estábamos una mujer de etnia gitana, su hijo de unos veinte años y yo, parece que la dolencia del hijo podía ser importante y él  estaba preocupado, intranquilo, mostraba en su rostro la tristeza de su situación, mostraba el dolor y el sufrimiento que en muchas ocasiones se hace presente en nuestras vidas y nos atemoriza y empezamos a dar vueltas a nuestra cabeza pensando en un porque origen de aquello. Después de que se intercambiaran entre el hijo y la madre algunas palabras, la madre le dice: No te preocupes hijo, “Dios te ama.” Yo sin saberlo, caí también en la cuenta y tome nota de lo sucedido, era para mí  la gran enseñanza de ese día. Gracias a Dios con evidente claridad yo tengo vivo ese concepto: “Dios me ama”, pero en esta ocasión lo recibí de una forma inesperada y por ello quedó muy grabado en mí; “Dios me ama” era  la gran lección, lección -que para mí bien- recuerdo vivamente hoy meses después de suceder y espero recordar siempre para el bien de mi alma, esa lección  me la enseñaron de nuevo esa gente sencilla que sabe de forma: sencilla y profunda enfrentarse al dolor y al sufrimiento. A veces: grandes intelectuales, grandes científicos, gente de la cultura y del arte, conocedores de la vida, genios aparentes, no saben lo más importante: “Dios te ama” para mí repito fue el gran hallazgo del día, con aquello recordé que los humildes de este  mundo son los grandes conocedores de la razón última de nuestras vidas y que los personajes de grandes cualidades desconocen en muchas ocasiones la raíz de su existencia y se ahogan en el enigma de los interrogantes: de dónde venimos, a dónde vamos. “Dios me ama”  hoy bastante tiempo después  lo sigo repitiendo  con frecuencia a modo de jaculatoria. Jaculatorias son, perdonadme la  aclaración, pequeñas oraciones que se repiten muchas veces al día. San Josemaría me enseñó a repetir estas pequeñas oraciones: Señor te quiero, Señor te quiero……., y otras de este tipo, y ellas han de ser como un clamor callado en nuestra boca; de la boca al corazón y del corazón a la boca, en silencio, sin aparato, sin llamar la atención, pero hechas con el corazón vibrante, con el alma en carne viva, con la disposición del que por amor está dispuesto a todo. Ojalá sepamos siempre aprovechar las lecciones  de cada día. Ojalá aprendamos de todo y de todos. Ojalá que no se nos olvide repetir con frecuencia: “Dios me ama” y de ese repetir y repetir, vivamos toda nuestra vida, afincados en la certeza del amor.

Publicada en Diario JAÉN   5 de octubre de 2013
Publicado en Forumlibertas.com   23 de octubre de 2013