354 ¿Y tú qué?
Para
un gran ciudadano de esta tierra nuestra. A un ciudadano fértil en bondad, de
esta tierra nuestra, tan fértil en grandezas. La vocación cristiana es esa
perla preciosa, de preciado valor, que relata el evangelio y a la que cada uno
llega de formas bien distintas.
Hay
quien la descubre instantáneamente, como por ejemplo Don Álvaro del Portillo,
que fue Prelado del Opus Dei y primer sucesor de San Josemaría en la prelatura
y que dentro de un mes será beatificado en Madrid en donde nació un 11 de marzo
de 1914. A Don Álvaro, Dios le pidió su entrega sin condiciones
y él, al instante, dijo Sí. Un Sí definitivamente decisivo y contundentemente
rotundo.
Otras
personas se resisten a la llamada de Dios, o no llegan a descubrir la grandeza
de su llamada, o no descubren el momento o las circunstancias de esa llamada
tan especial.
Dios
llama, ¡pero!: ¿Cómo? ¿Dónde? ¿Cuándo? A veces el mundo: con sus circunstancias,
con sus adversidades, con sus avatares -positivos o negativos- nos impide oír
la voz de Dios; en otros casos nosotros nos descuidamos poniendo más atención a
las voces del mundo o a los placeres mundanos.
También
en ocasiones sabemos que Dios está ahí, pero posponemos el encuentro, rehuimos
el: Cara a cara; rehuimos ese: Tú a tú, que sabemos nos podría complicar la
vida.
Hay
personas religiosas que practican habitualmente, que asisten a medios de
formación cristiana, pero no se sienten llamados, o no detestan quizás la
urgencia de la llamada del Señor. Dios circula, podríamos decir por un lado y nosotros
por otro muy cercano, pero el encuentro no se produce.
También
puede suceder, como en el caso que quiero relatar: el de una persona muy
singular en mi vida y que no encontraba el camino definitivo. A esa persona, pasados
los años y después de muchos sacramentos y de muchas confesiones, incluso con
el mismo sacerdote. El sacerdote, un día, con ágil espontaneidad, le dijo,
después de la confesión: ¿Y tú qué? Y él, en ese momento siente de golpe todo
el tremendo peso de la llamada.
Y
llegó para él: el aturdimiento, el sobresalto, la inquietud. Y llegó el
desconcierto y el temor. Y con dudas hizo la pregunta: ¿Qué quieres Señor que
tu siervo escucha?
A
veces Dios se cansa de esperar o no puede dar más tregua y nos manda esa
llamada con la que rompe totalmente el esquema de nuestra pasividad y nos
tambalea cuando el relajamiento llenaba nuestra vida. Es como si Dios nos
dijera: “Ya está bien de comodidad y de vida placentera, que Yo, tu Dios, está
aquí esperando”.
Está
esperando: tu respuesta, tu decisión, tu disponibilidad, tu amor. Yo necesito,
nos dice Dios, esa actitud tuya de servicio generoso, esa oración perseverante,
esa fidelidad firme y hasta la muerte. Necesito: tu tiempo, tus talentos, tu
vida familiar; para poner en todo lo tuyo el aroma inconfundible de: “Mi
llamada y de tu Respuesta” “Yo soy tu Dios, pero yo quiero que tú seas mi Hijo”.
Quiero que seas: “El heredero de Mi Gran Patrimonio” y al final regalarte el
osado tesoro de toda una: “Vida Eterna: llena de frondosa felicidad”.
¡Yo,
tu Dios, quiero! ¿Y tú? ¡Espero tu respuesta! “De tu sí, para toda la Eternidad,
dependen muchas cosas grandes” De tu no, quizás dependa la rutina anodina e
insípida de una vida vivida en las cercanías de una mediocre fecundidad.
¡Al
final! ese personaje singular, que he mencionado en el relato, dijo “Sí”. Y su
vida actual discurre por las sendas de una fidelidad exigente; entre los
avatares de un mundo complicado que él, con su destreza de hábil maestro, sabe
allanar.
Y
por la aureola de su vida se comprueba eficazmente que Dios acompaña sus
pisadas. Dios discurre a su lado.
Publicada en Diario JAÉN
17 de agosto de 2014
Publicada en “Cartas al Director,
Tu voz en la red” Digital 18 de agosto de 2014