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Desde
linares. De las 200 cartas que llevo publicadas, de ellas un 90
por ciento en Diario JAEN, —gracias Diario JAEN— esta que en este momento
estás leyendo es para mí la más emotiva, y lo es porque quiero dedicársela a
mi padre que acaba de morir. Mi padre —Antonio Gutiérrez Garzón— nació en
Antequera hace 86 años, pero toda su vida la pasó viviendo en Andújar. Allí
en un lejano año de 1952 se casó con Micaela, una mujer extraordinaria que
murió con 48 años. Con ella tuvo siete hijos, de los cuales viven seis.
Ahora, de los seis hijos, cinco vivimos en la provincia de Jaén, y bebemos de
las claras fuentes de aguas cristalinas de esta bendita tierra andaluza.
Tierra de luz y de sol, de belleza y de hermosura, de talento y de arte. Una
tierra de inagotables valores. De esas fuentes, de ese ar-te, de ese
“despilfarro” inigualable de valores, bebió mi padre y de allí sacó las
fuerzas para hacer el bien. A mi padre lo puedo definir diciendo de él: que
pu-do, que quiso y que supo amar. Vivió de una manera sencilla, trabajando
con constancia durante más de 60 años. Nunca lo vi apocado por las
dificultades, fue un hombre valiente que siempre supo estar a la altura de
las circunstancias. Él, con diecisiete años, participó como soldado en la
Guerra Civil Española. Posiblemente, de allí sacara el temple para afrontar
en lo sucesivo los aconteceres de una vida difícil. La paz y la armonía
emanaban con fuerza de él. Era un hombre de bien, una persona sencilla,
afable, transparente... nunca hizo alarde de nada, vivió la humildad de una
forma callada y constante. Tenía un gran espíritu de servicio. Siempre y para
todo se podía contar con él. Como cristiano fue siempre un ejemplo a seguir:
su Misa, la oración, el rezo del Santo Rosario... y tantas otras cosas las
vivió cada día de una forma normal. Lo normal de las cosas de cada día le
llevaban a Dios. Dios, para él, era un camino seguro. Dios era su guía. Dios
era la roca fuerte. Dios era su esperanza. Vivió inmerso en Dios y de allí
sacaba la fuerza para afrontar con optimismo el cada día. Querido padre, tú
has sido un padre ejemplar, un hombre de bien. Un iliturgitano que amabas a
tu tierra y a sus gentes con un cariño singular. Fuiste un devoto
incondicional de la Virgen de la Cabeza. Para ti, el Cerro del Cabezo era un
lugar privilegiado de la geografía andaluza. Un lugar lleno de encantamiento
y de un al-go muy especial. Allí acudías frecuentemente para contemplar la
belleza transparente de una Virgen Morena. Podría decir tantas cosas, pero
quiero acabar diciéndole a mi padre que todos sus hijos le queremos con todo
el alma y que, desde su muerte, tenemos el corazón dolorido. Pero sabemos,
querido padre, que estás feliz contemplando la hermosura de esa Virgen y de
ese Señor Jesús que en la tierra tanto has amado.
rafael gutiérrez amaro |
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Carta
publicada en el diario Jaén el 13 de diciembre de 2005
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