233 Un Infierno silenciado.

233   Un Infierno silenciado.

Del Infierno podríamos hacer las siguientes indicaciones previas:
ü Ningún tema hay más silenciado en algunos sectores de la Iglesia católica como el del infierno.
ü Pocos pastores se atreven a hablar de él, pese a ser uno de los dogmas más claros y explícitos: En las Sagradas Escrituras, en los Evangelios, en la Tradición, en el Catecismo de la Iglesia y en las Revelaciones oficiales y privadas.
ü Hoy se habla muy poco del Temor a Dios.
ü Hablar del infierno choca a la mentalidad y a la sensibilidad del ser humano de nuestro tiempo.
ü Es muy delicado explicar: ¿Quién está? ¿Por qué está? ¿Cómo está?, ¿Cómo se llega? ¿Por qué no se sale?
ü Es muy dificil compaginar en nuestra limitada mente la Divina Misericordia de Dios con la Infinita Justicia de ese mismo Dios.
ü Por otro lado es fácil entender su existencia viendo la tremenda crueldad de determinados seres humanos.
A continuación mostrare la visión de Santa Faustina del infierno y sus tormentos.
Ella nos explica lo que le fue revelado por Cristo y nos dice:
“Hoy, fui llevada por un ángel a los abismos del infierno”.
“¡Es un lugar de gran tortura, así como asombrosamente grande y extenso!”
Los tipos de torturas que vi fueron:
ü La primera tortura del infierno es la pérdida de Dios.
ü La segunda es el remordimiento perpetuo de la conciencia.
ü La tercera es que la condición de uno nunca cambiará.
ü La cuarta es el fuego que penetra el alma sin destruirla, un sufrimiento terrible, ya que es un fuego completamente espiritual, encendido por la ira de Dios.
ü La quinta es la continua oscuridad y un terrible olor sofocante, pero a pesar de la oscuridad, los demonios y las almas de los condenados se ven unos a otros, su propia alma y la de los demás.
ü La sexta es la compañía constante de satanás.
ü La séptima es la horrible desesperación, el odio a Dios, las palabras viles, maldiciones y blasfemias.
Reflexión personal:
ü Sin miedo hacia esta tremenda realidad; pero con un gran respeto, hemos de prepararnos en nuestra vida para que al morir, en la antesala del Cielo, antes que el Dios Justo, ¡por si acaso!, nos reciba con un interminable abrazo el Dios de la Divina Misericordia. El querido Dios lleno de amor de la parábola del Hijo Prodigo. El Dios de San Juan Pablo II y el de todos los grandes Santos.
La columna vertebral de parte del artículo viene de Miguel Rivilla San Martín

Publicada en “Cartas al Director, Tu voz en la red” Digital 13  abril de 2015 

Publicada en DIARIO DE AVILA Digital   14 abril de 2015