155 Cuaresma: conversión y penitencia.
Muchos son -por desgracia,
hoy- los cristianos que andan algo despistados, algo alejados. Otros, presumen
de vivir un cristianismo a su manera, un cristianismo que nada tiene que ver
con la Iglesia y menos aún con sus "mandatarios". Los sacerdotes,
para muchos - cristianos incluso- solo son funcionarios, y no personas que
Jesús ha elegido para hacerlos instrumentos predilectos de una misión
trascendente. Para esos cristianos, que respiran el viciado aire de un
cristianismo algo paganizado, poco o nada significa la Cuaresma. Muchos de
estos, el carnaval lo viven, haciendo de esas actividades festivas: un fin, y
ya no entienden más; ya no entienden el espíritu penitencial de este tiempo que
se aproxima. El carnaval ha sido siempre un tiempo de relajamiento moral;
porque después de ello, el ser humano se tiene que preparar, durante la Cuaresma,
y, a través de la austeridad penitencial, al encuentro con Jesús en su Semana
Santa.
Carnaval, Cuaresma, Semana
Santa; son tres realidades interconexionadas entre sí. El carnaval abre la
puerta a la penitencia, y la penitencia abre la puerta, de nuevo, a otra
fiesta; la más grande de las fiestas: la Resurrección. La resurrección es el
acontecimiento histórico de más relieve que ha tenido lugar en el mundo. La
resurrección de Jesús ha de conseguir que muchos cristianos mediocres
despierten de su letargo y reconozcan en su vida la fuerza de una fe que les
trasciende.
Por lo tanto la Cuaresma ha de hacer un tiempo fuerte de
conversión, de seria austeridad penitente; a través del cual recibimos, con el
alma limpia, a ese Jesús Resucitado. Él
llenará nuestra vida de esperanza. No se puede vivir bien la Semana Santa si
uno no se ha preparado convenientemente.
Y un instrumento de conversión, por
excelencia, es el sacramento de la reconciliación, de la penitencia. La confesión no es una cosa trasnochada, pasada
de moda. La confesión es el cauce a través del cual se obtiene el manantial
inagotable de la gracia de Dios. Y
confesar es: situarse ante el sacerdote, que en ese instante es Cristo, y
decirle -uno a uno- los pecados: los grandes, los menos graves, y los de omisión: que, a buen seguro, son
muchos. No tengas miedo: confesar es vaciar
el alma de basura para llenarla de paz; confesar es descubrir nuestra
propia miseria, para, a través de esa
humildad, redescubrir nuestra
grandeza. ¡Confiésate! , y recibirás el íntimo regocijo de una Cuaresma
jubilosa.
Oración, penitencia y conversión |
Publicado en Diario JAÉN 13 -
3 – 2000
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