90 Buscad en el silencio vuestra grandeza

90   Buscad en el silencio vuestra grandeza

Hoy dejó lo que me circunda y quiero convivir: con mis pensamientos, con mis ideales, con mis líderes, con mis sentimientos, con mis emociones, con mis escritos. Quiero convivir con lo que leo y con los lejanos comentarios de los otros. Muchas veces la soledad puede ser un principio de convivencia en paz; paz: contigo mismo y con Dios. El que vive rodeado: de ruidos, de gente y de actividades frenéticas, no es capaz: de descubrir quizás la belleza de un paisaje, ni paladear esa grata realidad, ni expresar en la intimidad de sí mismo ese don, ni disfrutar de la experiencia mística de Dios; de ese Padre Dios que a través de la vida: escucha, habla y ama.
Ahora mismo en soledad: oigo el murmullo “silencioso” del aire, oigo el silbido de los pájaros, oigo el susurro callado de una infinidad de sensaciones, y al fondo, muy al fondo, el ruido monótono de la ciudad; ciudad: que vive, que se mueve, que va deprisa, que acaba presa y esclava de los acontecimientos; de una ciudad: de estrés, de agobios, de penurias, de un transitar continuo pero vacío.
Muchas veces nos movemos por unas monedas o por un hijo que tenemos que cuidar o por un trabajo que no podemos perder o por un equipo de fútbol o por una pasión amorosa; otras veces lo hacemos: por una copita en el bar, por los manjares que reclaman nuestro apetito, por aquel cigarrillo…; pero somos incapaces de descubrir en todo eso la grandiosidad de nuestra vida; porque a fin de cuentas llega ese triste momento en el que esas realidades nos alejan de la felicidad; y esto sucede porque no somos capaces de unirlas a la trascendencia que esas cosas tienen. En muchos casos: la comida acaba empalagando, la copa embota los sentidos, el futbol nos decepciona…
Pero aun así seguimos en ello, un día y otro, buscando y buscando, sin encontrar. Y no encontramos porque no buscamos en el lugar adecuado, en el fondo de nuestro corazón; no buscamos algo tan sencillo como es la paz, esa paz del espíritu que: nos alivia, nos reconforta y nos estimula; esa paz de saber que un Dios silencioso y audaz quiere conducir nuestras vidas. Y ese Dios nos guía, y nos guiara siempre, a través de la contemplación, a través de la vida vibrante que se esconde en el silencio. Dios nos habla a través de la soledad, pero no de la soledad impuesta sino de la soledad escogida. De la soledad que engendra: amor, porque bebe de las fuentes del amor. La soledad es un manantial del que brota: “el silencio”; pero no ese juego silencio dañino que nos atormenta, sino el silencio místico que engendra: “oración”; la oración nos hace disponernos al encuentro íntimo con Dios y por lo tanto se convierte en una: “Fuente inagotable de amor” y del amor, ya como culmen existencial brota: “La vida”; pero no esa vida anodina y vacía que en múltiples ocasiones acabamos viviendo sino la vida en plenitud, la vida colmada de felicidad, “la vida: vibrante, entusiasta y fascinante que todos anhelamos”. Contempla: “la soledad”, observa: “el silencio”, deja a un lado la mezquindad de los ruidos, del gentío, del trasiego diario y adéntrate en Dios, en el Dios silencioso, en el Dios callado, en el Dios que en el silencio y callado: “ama”. Te ama a ti, me ama a mí, y nos ama a todos. Lee, aprende a leer, pero aprende a leer en el silencio, en el silencio “elocuente” de un corazón como el tuyo que pronto si sigue así acabará enamorado. Pero todo, todo, por favor, entiéndelo bien, todo en silencio.
Quisiera vivir las experiencias místicas: de San Juan de la Cruz, De Santa Teresa de Jesús, del Santo Cura de Ars, de San Francisco de Asís, de Santa Teresita, y quisiera también en sintonía con ellos: “ser contemplativo en medio del mundo”, como me enseñó mi maestro muy querido San Josemaría, y como lo vi hecho vida, en la vida ejemplar del futuro Beato y gran contemplativo Álvaro del Portillo.

Publicada en “Cartas al Director, Tu voz en la red” Digital 10 de mayo de 2014

Publicado en Forumlibertas.com   14 de mayo de 2014