439 Un
horizonte de eternidades.
Se llaman Novísimos a lo que sucederá al hombre al
final de su vida: la muerte, el juicio y el cielo o el infierno.
La Iglesia nos lo recuerda especialmente durante
el mes de noviembre.
A través de la liturgia, se invita a los
cristianos a rezar y meditar sobre estas realidades.
San Juan de la Cruz habla del juicio particular de
cada uno haciendo uso de una muy bella expresión:
·
“A la tarde, te examinarán en el amor”.
En Camino, 168; encontramos:
·
"Me hizo gracia que hable usted de la
cuenta que le pedirá Nuestro Señor. No, para ustedes no será Juez -en el
sentido austero de la palabra- sino simplemente Jesús". Esta frase,
escrita por un Obispo santo, que ha consolado más de un corazón atribulado,
bien puede consolar el tuyo.
Y del cielo podemos decir que es:
·
"El fin último y la realización de las
aspiraciones más profundas del hombre”.
·
“El estado supremo y definitivo de dicha”.
San Pablo escribe, con evidente claridad:
·
"Ni ojo vio, ni oído oyó, ni pasó por
pensamiento de hombre las cosas que Dios ha preparado para los que le
aman". (1Cor 2, 9).
En Forja, 995. Se nos dice:
·
Piensa también en lo poco que valen las
cosas de la tierra, que apenas empiezan ya se acaban... En cambio, un gran Amor
te espera en el Cielo: sin traiciones, sin engaños:
o ¡Todo
el amor, toda la belleza, toda la grandeza, toda la ciencia...!
o Y
sin empalago: te saciará sin saciar.
Los que mueren en la gracia y en la amistad de
Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación,
sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad
necesaria para entrar en la alegría del cielo. La Iglesia llama purgatorio a
esta purificación final de los elegidos, que es completamente distinta del
castigo de los condenados.
A través del Catecismo de la Iglesia católica,
1030-1032. La Iglesia también recomienda en favor de los difuntos:
·
Las limosnas, las indulgencias y las obras
de penitencia.
Y en Forja, 1041. San Josemaría escribe:
·
No quieras hacer nada por ganar mérito, ni
por miedo a las penas del purgatorio:
o Todo,
hasta lo más pequeño, desde ahora y para siempre, empéñate en hacerlo por dar
gusto a Jesús.
Jesús habla con frecuencia de la gehenna y
del fuego que nunca se apaga, reservado a los que, hasta el fin de su vida,
rehúsan creer y convertirse, y donde se puede perder a la vez el alma y el
cuerpo.
La pena principal del infierno es la separación
eterna de Dios, en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la
felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira.
Las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a propósito del infierno son un llamamiento a la responsabilidad con la que el hombre debe usar de su libertad en relación con su destino eterno.
Las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a propósito del infierno son un llamamiento a la responsabilidad con la que el hombre debe usar de su libertad en relación con su destino eterno.
Constituyen al mismo tiempo un llamamiento
apremiante a la conversión:
·
"Entrad por la puerta estrecha; porque
ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos
los que entran por ella; más:
o ¡qué
estrecha la puerta y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son
los que la encuentran" (Mt 7, 13-14).
La resurrección de todos los muertos:
·
“De los justos y de los pecadores"
(Hch 24, 15), precederá al Juicio final:
o "Esta
será la hora en que todos los que estén en los sepulcros oirán su voz [...] y
los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el
mal, para la condenación"
(Jn
5, 28-29).
Nosotros conoceremos el sentido último de toda la
obra de la creación y de toda la economía de la salvación, y comprenderemos los
caminos admirables por los que su Providencia habrá conducido todas las cosas a
su fin último:
·
El Juicio final revelará que la justicia de
Dios triunfa de todas las injusticias cometidas por sus criaturas y que su amor
es más fuerte que la muerte (cf. Ct 8, 6).
Y en Surco, 880. Vemos:
·
Cuando pienses en la muerte, a pesar de tus
pecados, no tengas miedo... Porque Él ya sabe que le amas..., y de qué pasta
estás hecho. Si tú le buscas, te acogerá como el padre al hijo pródigo: ¡Pero
has de buscarle!
Ciertamente, la figura de este mundo, deformada
por el pecado, pasa, pero se nos enseña que Dios ha preparado una nueva morada
y una nueva tierra en la que habita la justicia y cuya bienaventuranza llenará
y superará todos los deseos de paz que se levantan en los corazones de los
hombres.
San Josemaría en “Es Cristo que pasa, 180” dice:
·
El reino de los cielos es una conquista
difícil:
o Nadie
está seguro de alcanzarlo, pero el clamor humilde del hombre arrepentido logra
que se abran sus puertas de par en par.
De nuevo “Es Cristo que pasa, 126”:
·
Cristo nos espera. Vivamos ya como
ciudadanos del cielo, siendo plenamente ciudadanos de la tierra, en medio: de
dificultades, de injusticias, de incomprensiones, pero también en medio de la
alegría y de la serenidad que da el saberse hijo amado de Dios.
En la Iglesia Católica el mes de noviembre, está
iluminado de modo particular por el misterio de la Comunión de los Santos que
se refiere a la unión y la ayuda mutua que podemos prestarnos los cristianos:
·
“Quienes aún estamos en la tierra”.
·
“Los que ya seguros del cielo se purifican
antes de presentarse ante Dios de los vestigios de pecado en el purgatorio”.
·
“Y quienes interceden por nosotros delante
de la Trinidad Santísima donde gozan ya para siempre”.
Y en el Catecismo de la Iglesia Católica, 1024. Se
nos dice:
·
“El Cielo es el fin último y la realización
de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de
dicha”.
La Iglesia peregrina, perfectamente consciente de
esta comunión de todo el Cuerpo místico de Jesucristo, desde los primeros
tiempos del cristianismo honró con gran piedad el
recuerdo de los difuntos y también ofreció por ellos oraciones.
Y para terminar esta frase del Catecismo, punto
955:
·
“Pues es una idea santa y provechosa orar
por los difuntos para que se vean libres de sus pecados”
Y como reflexión final quisiera indicar que la
eternidad es un gran, pero gratificante, misterio.
Y no un misterio: vacío, oscuro y hueco, sino un
misterio: de amor, de felicidad, de gracia.
Un misterio a la medida de un Dios que todo lo
mejor: lo puede, y lo quiere, para nosotros; porque nosotros tenemos la
inconmensurable dicha de ser: sus predilectos, sus hijos, sus herederos.
Fuente:
http://www.opusdei.es
Publicada
en “Cartas al Director, Tu voz en la red” Digital 1 de noviembre de 2015
Publicado
en Diario de Córdoba. Digital 2
noviembre 2015
Publicada
en Diario JAÉN 3 de noviembre de
2015
Publicado en Forumlibertas.com Opinión 9 de noviembre de 2015