101    Tú eres mayor de edad.

El  paso de la mayoría de edad es un paso sorprendente, porque tras el se ha dejado la  infancia, repleta: de emociones, de fantasías, de  maravillas indescriptibles y se ha dejado parte de la adolescencia: la más inquietante, la más vitalista.
Entrando en la madurez
Ya uno a los dieciocho años, abandona la ternura de la niñez y alcanza ese estadío de la madurez que le hace gozar de determinados privilegios, pero que le hace apearse de un estatus en el que simplemente se era feliz; no se era nada, no había edad suficiente para ser nada, pero: sin ser nada, se era todo: uno gozaba,  amaba,  disfrutaba, se divertía, sentía... Una vez que se pasa, aparentemente,  a esa mayoría, uno empieza a tener derechos, pero empieza a tener también deberes; uno vota, por ejemplo, pero vota, porqué es responsable y ser responsable exige en gran manera abandonar situaciones: de  acomodada inocencia, de niñez, de adolescencia, para coger el tren de nuestro mundo. A partir de ahora podemos anunciar   que  tenemos derechos, que somos personas, antes se  nos consideraba sin pedirlo; no éramos conscientes de que éramos personas, pero gozábamos de una  felicidad inocente, tan inocente, como tremendamente eficaz; lo éramos todo, sin ser –quizás- nada.
Ahora para ser algo, tenemos: que "pelear", que  luchar, que  batallar, que comprometernos con la vida. Ya no nos hará ilusión cualquier cosa y quizás si sentiremos con frecuencia el zarpazo de la desilusión; antes se nos daba, ahora se nos pide; antes éramos, ahora tenemos que ganarnos  el ser; antes disfrutábamos, ahora el disfrute está sometido a las inclemencias inestables del ser que piensa; antes éramos hijos: sin problemas, sin preocupaciones, ahora tenemos que empezar a pensar que     algún día seremos padres; antes comíamos, nos vestíamos, gastamos, ahora pensamos que comer cuesta, que vestir cuesta, que  gastar cuesta; antes reíamos, ahora  -a veces- para reír hay que hacer teatro, hay que fingir: ya hasta la risa lleva el peso de la responsabilidad. El lema de: "pienso luego existo" bien podría venir aquí, puesto que el salto de la mayoría de edad nos adentra seriamente en el pensar y por lo tanto nos pone delante el cautivador horizonte de  nuestro existir. Pero pensar que uno  existe tiene interrogantes serios: ¿Para qué existe el ser humano? ¿Porqué y para qué somos? ¿Cuál es el camino, incierto en tantas ocasiones, de  nuestro existir? ¿Es incómodo o cómodo el camino? ¿Cuánto dolor encontraremos en él? ¿Para qué sirve ese dolor? ¿Camina Dios con nosotros? ¿Y nosotros: hemos de caminar con Dios?.....
En   la vida, llega un momento que, esto se da, que estas experiencias se tienen; momentos en los que uno solo tiene que torear el toro de  la vida, y el toro: tiene cuernos; tiene riesgos; tiene miedos; tiene, como no, los aplausos de un mundo apasionante, la ilusión por superar un reto difícil; tiene, los momentos excepcionales de los trofeos; tiene, ese reconocimiento de la gente cuando una faena ha salido sobresaliente.
El paso, este paso de la mayoría de edad, para unos llega cortando de cuajo la edad de  la primera juventud: a los doce años, a los  trece,... para otros llega sellando justamente el salto de los dieciocho, para otros ese paso se retrasa y para otros esa mayoría de edad nunca acaba de llegar.
Esta carta se la dedico  especialmente a mi querida sobrina Ana Beatriz, una Iliturgitana, que con los dieciocho años ha roto definitivamente el molde de la niñez y como si de una explosión mágica se tratara ha sellado su vida con el valioso lacre de su grata hermosura, dándole a su cuerpo y a su alma  el noble brillo de una belleza que resplandece. Querida, busca siempre en la verdad  el cauce certero que encamine tu vida; es en esa verdad donde encontrarás el culmen supremo de una madurez que te llenará, en plenitud, de felicidad.



Publicado en Diario JAÉN    19 - 3 - 1999