285 Y tan alta vida espero



285   Y tan alta vida espero

“Vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero que muero por qué no muerto” me entusiasma tanto la vida de los Santos que cada día me gusta mar leerlas y quedarme con sus vivencias, sus sacrificios, sus alegrías y sus pensamientos. Y cuando aludo al entusiasmo por esas vidas ejemplares, quiero aludir especialmente a sus pensamientos y a sus reflexiones. La oración de los Santos es un canto a la vida, un canto a la alegría y un canto a la felicidad. Ciertamente la felicidad de los Santos es, en cierta manera, inalcanzable, porque la felicidad es: fruto de su fidelidad, fruto de su sacrificio, fruto  de su entrega y fruto fundamentalmente de su unión con Dios. Es apasionante ese: “vivo sin vivir en mi” de Santa Teresa. Ese, vive pero no vive. Ese, sin vivir en ella, vivifica eficazmente todo lo que encuentra.
Alcanzó la cima del vivir, pues lleno su vida de la grandeza de su Dios.      La vida de Santa Teresa es una viva llama de amor. Ella genera amor continuadamente y con recia fortaleza; su amor no es dulzón, ni acaramelado, es fuerte y eficaz pero, a la vez, lleno de mansedumbre, lleno de sabiduría. A gritos, y con valentía, quisiera decir, para que mi palabra llegará a todos los rincones, que nos hace falta hoy muchas Teresas de Jesús, hacen falta: en plena calle, en los “púlpitos” de los hogares, en las mesas camillas de cada familia, en las aulas de las colegios, en el trasiego del vivir cotidiano, en los lugares de diversión, en los conventos, en el campo: junto a los labriegos, en el mar, en el laberinto de las grandes urbes, en el silencio de las iglesias, en los hospitales dos. Junto a esos enfermos tristes y desconsolados tantas veces. Nos hacen falta Teresa de Jesús entre los pobres, entre los desgraciados, entre los marginados de este mundo y entre los ricos y poderosos por sí necesitan el ejemplo de un Santo para rectificar su rumbo. Necesitamos con urgencia en este mundo nuestro: a Teresa, a Javier, a Juan, a Ignacio, a Agustín, a Francisco, a Antonio, a Juan Pablo, a Josemaría, a  Álvaro, a lolo … Y a tantos y tantos que oxigenarían este mundo nuestro trayendo el aire puro del amor y de la vida.

Publicada en Diario JAÉN  17 de noviembre de 2013