El beato Josemaría hoy es Santo


157  D. Álvaro del Portillo.

El 23 de marzo, se celebra el 6º aniversario de la marcha al cielo de  monseñor Álvaro del Portillo. El que fuera primer presidente general del Opus Dei. Indiscutible es, que D. Álvaro ha sido una personalidad de relieve en la historia, reciente, de nuestra querida Iglesia.
Él, desde joven, perteneció al Opus Dei, fue uno de los tres primeros sacerdotes de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz. Su vida, durante 40 años, la pasó al lado del  Fundador, hoy beato Josemaría. D. Álvaro, ingeniero de carrera, abandonó las honorables pretensiones que el mundo le ofrecía, y se doctoró en filosofía y letras y derecho; para de esta manera dedicarse, en cuerpo y alma, a servir a la Iglesia. Su vida fue un ejemplo:  de humildad, de mansedumbre, de  cariño, de trabajo, y de una vida interior: profunda, rica y llamativamente peculiar.
En  el Concilio Vaticano II participó, de forma activa, como consultor, en varias  comisiones; dejando entrever, con claridad, en el Vaticano: su ciencia; su talento; su,  intensa,  vida espiritual; su  amor: robusto, fuerte y absoluto a la Iglesia de Jesucristo y a su  Vicario en la tierra: el Papa; y su desbordante actividad apostólica.
En su tiempo, don Álvaro fue un gigante, en un mundo que se debatía entre la incredulidad y la santidad. Yo le conocí en Jerez, en noviembre de 1993, poco antes de morir. Y me impacto su temple, su carisma, su esencia divina...
Él, durante su vida, sólo quiso ser la sombra de ese hombre santo, con el que convivió durante tantos años. Este personaje singular, fue fiel transmisor de un mensaje espiritual que conoció en el año 1935 y del que quedó fascinado. Como a tantos hombres y mujeres del mundo, el Opus Dei le cautivó; prendió en el, la llama impetuosa de un gran ideal: Jesucristo; quedó marcado con el sello de Dios y con la fuerza vibrante de la vida de un santo. El beato Josemaría, fue - para el- un ser que lo envolvía todo; que todo, absolutamente todo, lo divinizaba; y D. Álvaro quedó prendado de esa sobreabundancia de virtud, de ese caudal abundantísimo de gracia, de ese ejemplar sentido de la vida, de ese amor apasionado a toda criatura, de esa desbordante pasión  por el mundo.
D. Álvaro del Portillo, fue el eslabón primordial, el primer eslabón, de una cadena, a través del cual nos llegó una espiritualidad laical, elaborada "artesanalmente" por Dios para el hombre y la mujer de la calle. Desde que nació el Opus Dei, se hicieron divinos todos los caminos de la tierra, todas las encrucijadas, todas las labores dignas. Pues a eso se dedicó con decidido esmero D. Álvaro, a secundar esa labor entre los laicos, a extender por el mundo la semilla de una vocación cristiana: comprometida y exigente.
Que sirvan estas palabras mías de agradecimiento a este hombre de Dios memorable, que tanto bien ha hecho al mundo, a la sociedad y al individuo. Para él, la eterna gloria del Dios soberano.


Publicado en Diario JAÉN     23 -  3 – 2000

.