4 Un cauce para
la felicidad.
Veinte siglos después de la venida de Cristo, hemos
acabado convirtiendo el Cristianismo, en muchas ocasiones, en un camino repleto
de negaciones que repelen al hombre de hoy; que pena que no seamos capaces los
seguidores de Jesucristo de ofrecer al mundo la auténtica cara del verdadero Cristianismo.
Nos hemos quedado con el no hacer, con lo triste, con el pecado y no hemos
ofrecido la imagen de un Dios que ama con locura al hombre. El Cristianismo
ante todo es un continuo canto a la felicidad; el temor no pertenece
esencialmente a esta doctrina, es solo un punto de apoyo para huir del mal,
pero lo esencial es el desbordado ofrecimiento de una felicidad ininterrumpida.
Cristo hace entrega al hombre del don preciado de la vida, de la libertad, del
amor, de la dicha; el paso por la muerte es un hecho accidental porque después
sigue en plenitud la vida.
Tendríamos que gritar al oído de tantos hombres
adormecidos, para que se acabarán de enterar de la alta dignidad de su
existencia y dejaran a un lado la mediocridad anodina de una vida vacía de
contenido, no podemos permitir el aburguesamiento de tantos, cuando Cristo
espera que nosotros le sirvamos de altavoz para explicar a todo hombre el gozoso
final para el que hemos sido creados.
Demos cabida en nuestro corazón al mensaje de Cristo y
repletos de la infinitud del preciado don de nuestro amado Dios hagamos llegar
a nuestro prójimo la autenticidad del mensaje, no adulterado por el
egoísmo infecundo de nuestra mediocre existencia.
Publicada en Diario JAÉN 27
del 11 de 1994