168 Paco
Bellido, una luz en nuestras vidas.
En estos días se nos ha marchado a la Casa del
Padre, al Cielo, nuestro querido Paco Bellido, de Ceras Bellido de Andújar.
En la calle Jesús María había vivido la mayor
parte de su vida. El Cuadro la Virgen y el Convento de Clausura de las Monjas
Mínimas, eran su entorno. Y allí en esos lugares estaba: Jesús y la Virgen, a
los que él acudía para que dieran fortaleza a su vida y luz a su camino.
Paco es de esas personas que cautivaba con su
encantadora forma de ser. Era cariñoso con sus familiares y amigos. Hizo
siempre del trabajo un encuentro con la vida, con los demás y con su familia.
Vivía con ilusión, con optimismo. La fiesta de los toros, el campo, la copita
de vino, la tertulia, la fiesta familiar eran sus actividades preferidas.
Sabía estar en cada lugar creando siempre un
ambiente agradable y acogedor, en el que él vivía y dejaba vivir.
Su devoción por excelencia era la Virgen de la
Cabeza. Su lugar preferido Sierra Morena. Allí vivía la auténtica paz del alma.
Para él Pastora era el más bello nombre de mujer.
Pastora fue su querida y amada esposa; ella era, ese horizonte claro dónde Paco
veía la luz. El día de su muerte le dijo al sacerdote después de recibir la
extremaunción, que él mismo había pedido: “Voy feliz al Cielo a encontrarme con
mi mujer”.
Pastora era una bella joven, hija de Micaela, la
estanquera de Capuchinos; él la conoció por los años cuarenta. Años de pobreza,
de carencias, pero años de ilusión y de esperanza. Con Pastora tuvo seis hijos;
y al morir él tenía doce nietos y cinco bisnietos.
El día de su muerte, a Paco, mi querido Paco, Dios
le dio una vela, una de esos millones de velas que él había elaborado en
aquella antigua cerería. Y esa vela tenía una luz brillante; y con esa luz, por
ese saber divino y humano que otros desconocemos, él intuyó con claridad que se
moría, su alma quería volar, volar alto al encuentro de las estrellas, para
alcanzar la infinitud de ese maravilloso cosmos que es propiedad exclusiva de
Dios. Y por esa intuición sobre su muerte: “Llamó a sus hijos”, la mayoría
estaban en otro lugar, y todos fueron llegando, y en ese momento <<Junto
a todos ellos, murió>>. “Murió como un afamado artista que diseña
meticulosamente su propia obra de arte”. Murió celebrando la vida, y dando: “Su
última vuelta al ruedo”, junto al calor humano y espiritual de sus hijos,
nietos y bisnietos.
Paco, mi querido tío Paco, supiste vivir y supiste
morir. Supo morir de espaldas a la muerte, con esa muerte en minúscula; y de
cara a la vida, con esa vida en mayúsculas. Ese fue el carisma de Paco: “Saber
vivir y saber morir, y siempre sin <<cortarse la coleta>>, <<sin
tirar la toalla>>”. Siempre con dignidad, mirando al frente, ese mágico
frente lleno de belleza, que tenía dibujado la silueta de una mujer, de una
mujer joven y hermosa, de una mujer ataviada con sencillez, eran los años 40. Y
esa deliciosa mujer: “Deliciosa, encantadora y bella mujer” es de la que Paco:
“Padre, tío y abuelo”, se enamoró.
Paco quedó prendado. Y la luz de esa vela, ese
romance mágico, ese baile en el que se realiza el deleite ininterrumpido de las
miradas, ese instante sinigual del primer encuentro, de nuevo, hace unos días,
se ha hecho presente. Y Dios de nuevo “vigilando” ese amor. Y Dios aplaudiendo gozoso
el nuevo y decidido: “Si quiero”. De Paco a Pastora y de Pastora a Paco. “Yo
Pastora te quiero a ti Paco como esposo y prometo serte fiel todos los días de
tu vida… Y Dios tiernamente “desecho” abrumado
ante la magnitud del acontecimiento.
Y esto, que ha tenido XXX años de espera, sucedió
en estos días; días quizás para nosotros grises y con olor a ciprés y a duelo, y
sucedió en ese Cielo eternamente impresionante. En ese Cielo de cinco estrellas
con suite nupcial y con el brindis de muy buen cava como corresponde a tal
evento. Y la Virgen, presurosa y diligente, lo prepara todo y el festín del
amor se lleva a cabo; y el milagro del: “Vino de las bodas de Cana” se realiza
de nuevo; y Paco bebe con deleite en aquella bodega inmensa y atrayente y mira
a izquierda y derecha pero Manolin no está, alguien al oído le indica que no es
su turno; y la abuela Micaela queda ruborizada por aquel íntimo beso de Pastora;
y la felicidad lo llena todo y las almas se estremecen ante el cariño; y Rafalin
ese niño travieso contempla absorto a papa y a mamá; y tía Mica con la alegría
de siempre y la perenne juventud de su alma; y Antonio, el tío Antonio,
distraído o quizás mirando las figuritas de ese Belén de antaño que habrá que
poner pronto; y la tía Chón hablando con cariño o aquellos niños de su clase; y
Anita en el paraíso, en esa Sevilla celestial y armoniosa y en ese Santuario
del Cabezo que le unía a su Madre.
Y allí el vino corre, la cosecha es buena y más
bueno aún el Viñador Divino y Pastora llena de alegría viendo en los ojos de
Paco el regalo de ese vivir eterno que les espera; y los hermanos, los hermanos
de Paco: Manolo y Pepe acuden presurosos a la fiesta.
Y las velas dejan ese ceremonial de la semana
Santa y adornan este celestial festejo y Paco sin reparos habla cordialmente
con Jesucristo y habla de las parroquias, de los curas, de los acontecimientos
que ha vivido en estos años y ve y contempla a ese Jesús campechano que conecta
con su diálogo ameno y dicharachero; y en un momento algo despistado se da
cuenta que no tiene: ni cartera, ni móvil, ni carnet, ni llaves y sorprendido
pregunta y le explican con detalle, no hace falta … Y mientras la fiesta sigue,
el amor se eterniza y el cosmos lo contempla todo, vibrando entusiasmado.
Allí querido lector, en ese cosmos a lo divino, no
hay límite para nada. Y el amor, ese amor grande que llena el alma, el corazón
y las entrañas, ese amor es la razón de la existencia. Y alli ese gran amor es
inmenso y durara eternamente